Corrían los últimos días del año 2001. Estábamos sentados en un restaurante en Cali frente a una gigantesca bandeja que parecía más bien un buffet, con partes exquisitamente asadas de una diversidad de animales difícil de recordar. Nos enfrentamos a ella y vencimos. La pelamos hasta el último huesito. Esa fue, por decisión propia, la última vez que comimos carne. Luego de ese último bocado, nos volvimos vegetarianos por el resto de nuestras vidas -o por lo menos eso hemos dicho hasta ahora-. Ya han pasado 17 años.

Con las dosis de fuerza de voluntad y convicción suficientes, en un principio todo fue muy fácil. La dieta vegetariana variaba según el menú de nuestras casas, donde nos cocinaban en ollas aparte lo que queríamos. Así nos fuimos acostumbrando a la ausencia de las carnes en nuestro plato. Luego crecimos, dejamos las faldas de mamá y, por si fuera poco, nos picó el bicho de los viajes. Salimos a recorrer los caminos con la convicción inquebrantable de no volver a tener animales muertos en nuestro plato, sin importar cuántas voces trataran de convencernos de lo contrario.

Un viaje all inclusive por Nayarit gracias a Decameron, disfrutando de sabores vegetarianos muy mexicanos.

Los puestos callejeros en Antigua Guatemala con oferta vegetariana. 💡 Así fue nuestro primer encuentro que la cultura maya viva

Muchas veces el viaje adquiere un tono cinco estrellas, y las opciones vegetarianas son verdaderos manjares y  así fue nuestro último viaje a la Riviera Maya

No fueron pocos los que se dejaron leer el pensamiento al respecto: si ser vegetariano era una locura, ser viajero vegetariano era estar doblemente loco. Sin embargo, luego de haber recorrido a fondo 33 países interactuando mayoritariamente con los locales, podemos decir que lo peor de ser vegetariano no es el hecho de no encontrar comida o tener pocas opciones en el menú. Al contrario, eso son inconvenientes menores que se solucionan el 100% de las veces. Lo peor es vivir, por desconocimiento colectivo puro, como un prejuicio gastronómico ambulante.

No es tan difícil como se cree, teniendo en cuenta que viajar y ser vegetarianos son dos cosas que hacemos porque queremos, por elección propia, porque nos gusta. Y cuando uno hace las cosas porque quiere, encuentra la manera de lograrlo y punto. No sé quién lo habrá dicho pero me quedó sonando: “el que quiere encuentra una manera, el que no, una excusa”.

No vivimos de ensalada, por supuesto que no. Aunque no hubo poder humano que les hiciera entender a los cubanos que un plato repleto de repollo rayado con un tomate encima no es una comida vegetariana. Tampoco que el arroz con frijol, yuca al mojo y boniato, tan común en la isla, sí lo es bajo la única condición de no ponerle puerco. Viajando hemos aprendido también que si fueran de conocimiento común las delicias que se pueden comer sin matar un animal, el mundo entero redactaría de nuevo su carta de comidas.

➡  💡  Aquí te contamos nuestros días de viaje en Cuba (Parte I): Llegada a La Habana y el ángel en el camino

Cuba fue uno de los países en los que ser vegetariano fue muy difícil

A falta de comida tuvimos mojitos y cerveza

En la práctica, uno entiende que es más fácil amigarse con las recetas locales que pelearse por las ausencias. Un buen truco para lograrlo es perderle el miedo a pedir modificaciones de un plato en un restaurante y asumir una actitud flexible. No esperar las mismas preparaciones ni las mismas porciones a las que se está acostumbrado en casa.

Alimentarse en un viaje siendo vegetariano es más fácil de lo que se cree aún en los sitios más carnívoros, pues la mayoría de los platos son vegetarianizables. Para calmar hambres o antojos solo hay que preguntar, sonreír y pedir el favor. Cuando a uno le dicen en un restaurante que no tienen ninguna opción vegetariana es porque tampoco tienen ganas de atenderlo. En ese caso bien vale la pena buscar un poco más.

Siempre está la opción ganadora de todas: cocinar. Sale más barato y muchas veces resulta más rico. El dinero que nos ahorramos puede invertirse en un queso o un litro de cerveza helada. Porque comemos queso. Y huevos también. No somos veganos.

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-¿Pero acaso un huevo no es un pollo que no ha nacido? Eso lo convierte en animal, nos han dicho muchas veces. Porque salirse de un esquema y desafiar una lógica que lleva siglos en piloto automático es, también, dedicarse eternamente a responder las mismas preguntas y a discutir las mismas discusiones. La pregunta más frecuente, casi imperdonable por cada nuevo compañero de mesa, indaga las razones por las cuales no comemos carne. Cada vez nos gusta menos responderla. Nos cuesta esconder la incomodidad que nos causa explicar que no creemos necesario que otro muera para alimentarnos. Y tras de esa otra pregunta y luego otra y otra hasta que la comida se enfría.

No comen carne pero pollo sí, ¿cierto? ¿Ni pescado? ¿Ni salchicha? Y rematan la racha de uppercuts y derechazos asestados con un ¿y entonces qué comen? Nocaut. Muchas personas nos han dicho que ser vegetariano en sus países es imposible, cosa que no creeríamos hasta no ver una helada congelar todos los campos. Mientras existan las frutas y los vegetales, en este mundo habrán vegetarianos.

Tratamos de explorar la vida local y de frecuentar sitios por fuera de los circuitos turísticos. Esa es la mejor forma de aprender del viaje, con su gastronomía incluida. Pero a la hora de comer, evidentemente no hacemos parte del ‘a dónde fueres haz lo que vieres’. ¿Por qué habríamos de hacer algo que estén haciendo en otro lado si eso nos desagrada, nos hace sentir incómodos o atenta contra nuestros principios?

Con Alberto y Megumi en Cancún

Con Marta Lucía, Natalia y Darlin en Panamá City

Con Elena y Román en Moscú

Con Violaine, Adrien y su famila en Bruselas

Hemos compartido la mesa con cientos de familia que han convertido su platos cotidianos en vegetarianos

Sin embargo, muchas veces nos pesa ser una molestia. Para nadie debe ser muy agradable revelarse vegetariano cuando lo esperan con la mesa servida, y que eso se pueda confundir con rechazo. O ver cómo en algunas casas ponen una olla adicional para que la visita se sienta bien atendida. Esos esfuerzos de personas que antes eran absolutos desconocidos son los causantes de que nunca vayamos a terminar de agradecer por la felicidad recibida en las mesas del mundo.

Mentiríamos si dijéramos que somos vegetarianos por salud, cuando he de confesar que me puedo tomar un litro de coca cola sin asomo de remordimiento. Tampoco por religión y mucho menos por moda. No comemos carne por motivos más elevados, por motivos morales. Por la autocomplacencia de no ser partícipes de un acto de violencia en contra de otro. Creemos, simplemente, que nuestras papilas gustativas no son más importantes que la vida de un animal. Eso también nos hace viajar más livianos por la vida.

Viajeros vegetarianos (36)

Les confesamos que somos amantes de la comida y no dudamos en probar comidas vegetarianas en cualquier lugar