Corrían los últimos días del año 2002. Estábamos sentados en un restaurante de Cali, frente a una gigantesca bandeja que parecía más bien un buffet, con partes exquisitamente asadas de una diversidad de animales difícil de recordar. Nos enfrentamos a ella y vencimos. La pelamos hasta el último huesito. Esa fue, por decisión propia, la última vez que comimos carne. Han pasado 12 años y nuestra posición sigue siendo inamovible. Luego de ese último bocado, nos volvimos vegetarianos por el resto de nuestras vidas (o por lo menos hemos dicho hasta ahora).

En un principio todo fue muy fácil. La dieta vegetariana variaba según el menú de nuestras casas, nos cocinaban lo que pedíamos y así nos fuimos acostumbrando a la ausencia de las carnes en  nuestro plato. Pero cuando picó el bicho de los viajes hubo que reinventarse y a veces padecer, mientras encontrábamos soluciones alternativas a la oferta mayoritariamente carnívora que se encuentra en todas partes.

No vivimos de ensalada

Y saltamos a la ruta. Los kilómetros fueron quedando atrás y las fronteras también. Y en el camino nos  dimos cuenta de que las opciones de alimentarnos crecían en variedad y sabor.  Y viajando un poco fue como aprendimos dos premisas fundamentales que todo viajero vegetariano debería conocer. La primera es que, si sabes cocinar, por muy precarias que sean tus destrezas culinarias, no vas a caer famélico sin más esperanzas que regresar a casa o meterle el diente al primer animal que veas. Frutas, verduras, legumbres, pastas y condimentos hay en cualquier lugar del mundo. Entre más las uses, mejor van a saber tus preparaciones con el tiempo.

Verduras
Si sabes cocinar en todas las ciudades del mundo hay un mercado donde comprar frutas y verduras.

La segunda, es que hacemos parte de uno de los nichos de mercado más crecientes en el planeta: el de la conservación, la ecología y el llamado ‘turismo verde’. No son pocos los países en los que sus restaurantes han abierto menús vegetarianos alternativos a su oferta tradicional.

Así, pueden estar en Argentina, tierra de los asados y la carne, que siempre van a encontrar unos ñoquis o una pizza fugazzeta con queso y cebolla (porque comemos queso, huevos y lácteos. No somos veganos); en Perú, famoso por su comida de mar, y poder comer un arroz chaufa con tofu. Y para no ir tan lejos, cuando vengan a Colombia, no dejen de probar la bandeja paisa con chorizos de soya y carne de lentejas. Y no solo las cadenas de restaurantes han entrado en esta onda.

Llevar una dieta vegetariana no ha sido nunca un impedimento para compartir la mesa con las personas de cada lugar en el que estamos, cocinas improvisadas en campamentos o cenas en la carretera, como la vez que un camionero chileno nos preparó una deliciosa pasta al huevo con vino mientras echábamos dedo en la ruta entre Salta y Buenos Aires. La aceptación de los gustos ajenos es la clave.

A estas alturas se harán ustedes la misma pregunta que nos han hecho durante más de una década de encuentros culinarios con desconocidos: ¿porque dejaron de comer carne? ¿qué los convirtió en vegetarianos? Simplemente, aquel día de finales de 2002 decidimos que en adelante seguiríamos comiendo sin que fuera necesaria la muerte de otro ser para poder nutrirnos. No nos gusta mucho  debatir al respecto, pero el mensaje se entiende rápido. Amamos los animales y por eso no los comemos. Buen provecho para todos.