I

Tecleo ya desde Costa Rica, con un rezago de indignación que parece negarse a desaparecer. Indignación y rabia. Tristeza de viajero, de viajero colombiano.

Hace poco más de tres horas, en la frontera de Paso Canoa, que separa a Panamá de Costa Rica por el Pacífico, Lina y yo fuimos discriminados por haber nacido en Colombia.

Tratábamos de cruzar hacia el país de los ‘ticos’, esa gente tan amable que en tantas partes de nuestro recorrido nos prometieron que su tierra nos iba a enamorar. El de las playas paradisíacas. El de las selvas verdes y espesas. El de ríos cristalinos y fauna exótica. El país de la Pura Vida.

Cruzamos la frontera con la emoción a tope. La Jebi iba a rodar por un nuevo país y nosotros podríamos explorarlo palmo a palmo, hacer amigos y acudir gustosos a donde tantas personas que a través de nuestras redes sociales nos invitaron a sus casas. La aventura de lo desconocido tocaba nuestra puerta una vez más y compartíamos nuestra alegría con un grupo de argentinos con el que viajamos en caravana para cruzar.

Hasta que…

«Ustedes no pueden pasar más de 30 días en  Costa Rica», nos dijo la funcionaria de migración de la frontera.

«¿Cómo así? ¿Porqué?», le dijimos casi que al unísono.

«Porque son colombianos. Ustedes no pueden pasar más de un mes en este país»

«Pero es que nosotros somos viajeros, no vinimos para quedarnos. Queremos llegar hasta Alaska en carro y nos emociona mucho conocer su país. Un mes es muy poco, algo se tiene que poder hacer».

«Eso no es cosa mía. Son cosas entre Colombia y Costa Rica», dijo mientras escribía el tres y el cero en el sello que segundos atrás había estampado en el pasaporte de Lina.

Por si acaso lo desconocían, déjenme contarles que Costa Rica pertenece a esa mayoría de países en el planeta que le exigen visa  a los colombianos para dejarlos ingresar a su territorio. Pero, si usted lleva en su pasaporte la visa para ingresar a los Estados Unidos, y como si eso lo hiciera menos sospechoso, menos inmigrante o menos delincuente, inmediatamente usted es apto para entrar a territorio ‘tico’.

Por fortuna tenemos la Visa norteamericana, o si no quién sabe qué hubiésemos tenido que hacer para poder continuar nuestro camino por tierra hacia Alaska.

Aquí le damos cinco consejos de cómo obtener fácil la visa a Estados Unidos.

Salimos cabizbajos de la ventanilla de migración, sin entender porqué la burocracia se empeña en pararse como una tapia inamovible para personas que, como nosotros, sólo vamos detrás de las ganas de vivir la vida y de cumplir nuestros sueños.

Atrás de nosotros venían nuestros nuevos amigos argentinos. Sin tanta cosa, la misma mujer que nos atendió abrió sus pasaportes y con el mismo sello los autorizó a ellos y a su vehículo para quedarse durante tres meses en Costa Rica.

Si eso no es discriminación por ser colombianos, sea la culpa de quien sea, díganme por favor qué lo es.

Y no siendo esto suficiente, nos obligaron a comprar un seguro para La Jebi por un mínimo de tres meses, ya sabiendo que tan sólo podría circular durante un mes por carreteras costarricenses.

Ofuscados, y ya sabiendo que no había nada qué hacer más que iniciar un maratónico viaje a través de este impresionante país, salimos de la frontera bajo un aguacero de esos que por esta época del año desfondan los cielos de Centroamérica.

Golfito, un pequeño pueblo junto al mar Pacífico, fue nuestra primera parada. Y allí empezó a quedar claro de nuevo porqué esas fronteras no hacen más que separarnos y causar conflictos entre seres humanos con más cosas en común que diferencias.

En plena lluvia, y mientras buscábamos un lugar donde pasar nuestra primera noche en este país desconocido para nosotros, nos abrieron las puertas de una iglesia metodista para que durmiéramos, cocináramos y descansáramos  de la jornada viajera.

Y es desde ese lugar desde donde hoy les escribo, sabiendo que mañana daremos inicio a un fugaz recorrido por uno de los lugares que más nos emocionaba conocer palmo a palmo, pero por el que tendremos que pasar volando por el simple hecho de cargar en nuestro pasaporte la herencia maldita de quienes se encargaron de dibujar una mala imagen de nuestro país.

Pero esto sigue. Costa Rica, allá vamos.

II

Fue el mismo Costa Rica el encargado de decantar un poco la revoltura de sensaciones espantosas que nos dejó la frontera y ha despertado en nosotros un gusto por recorrer sus tierras y conocer su gente tan amable, habladora y hospitalaria.

Se suponía que el punto final puesto en la iglesia metodista de Golfito iba a sellar este texto quejumbroso y cargado de mal humor. Pero han pasado ya cuatro días con sus noches y sería una injusticia cerrar el primer capítulo viajero de esta historia con rabia hacia este país.

Estamos maravillados con su naturaleza exuberante. Con esas imponentes playas  que parecen sacadas de una película de surfistas. Con los lagartos, los monos aulladores y los tucanes que se acercaron a La Jebi al amanecer. Con el ‘pura vida’ que se repite en cada saludo o despedida. Con la amabilidad y solidaridad de su gente. Con lo que significa vivir en un país sin ejército y que valora los recursos naturales como un bien sagrado.

Empezamos recorriendo tierra  ‘tica’ por el Océano Pacífico, y los recuerdos que nos han dejado lugares como Uvita, Playa Hermosa, Dominical y Dominicalito seguro que serán indelebles y bastarán por sí solos para recomendar a ojos cerrados este destino.

Si algo nos ha enseñado este viaje, es a adaptarnos a todas las situaciones que nos proponga el camino. Así que no vamos a desaprovechar el valioso tiempo que tenemos para recorrer este paraíso. Ya les estaremos contando.

PURA VIDA AMIGOS

GOLFITO

LA RUTA COSTANERA

PLAYA HERMOSA

DOMINICAL - DOMINICALITO