Visto en retrospectiva, este blog es una especie de check list de todo aquello que nos privamos de hacer cuando la mayor parte de nuestro tiempo se derramaba gota a gota en el claustro de la oficina. Bucear, volar en parapente, nadar con tiburones, conocer ciudades antiguas, navegar a mar abierto, saltar en bungee, escribir un libro… check, check, chek.

Cuando los días libres no dejaban hacer nada diferente a recargar energías para seguir trabajando, pasábamos metidos en la cama vaciando cajas de comida a domicilio mientras la vida seguía su curso afuera, en el mundo. En nuestro país.   

Recorrer Colombia era nuestra deuda pendiente, el complemento de la frase “algún día quiero…” Colombia: ese país lleno de muchos países pequeñitos. Crisol de razas, coctel de acentos, galería de paisajes, paleta cromática de pieles, infusión de mares y montañas, de pueblitos y urbes monstruosas. Nuestro país, el de todos. La deuda viajera por esta tierra de cordilleras la estamos saldando con creces desde que nos dedicamos a andar sin rumbo fijo.

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Hay de todo, hay para todos. Café, mar, montañas, pueblos mágicos y fiestas, muchas fiestas. Parranderas, culturales o religiosas, estas manifestaciones de las comunidades colombianas tallan los rasgos más profundos de su identidad y algunos de estos festejos terminan siendo reconocidos en todo el país –y hasta en el mundo- por su espectacularidad.

La Fiesta de los Faroles y las Luces es una de ellas.

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Quimbaya, Cordillera Central, Eje Cafetero. El pueblo que todo el año permanece calmado se empieza a agitar. Es 7 de diciembre. Son como las tres de la tarde. Suena música en las casas. Hombres agitan trapos rojos al paso de los carros que buscan parqueo. En cada cuadra, largas tiras de chorizos se ahúman sobre el carbón ardiente que asa las arepas de maíz. Una señora nos dice que el gato que hay bajo la moto frente a su casa lleva varios días malherido. Que yo le doy comida y agua pero no mejora y me da pesar llevarlo al veterinario para que lo duerma. Pídanle al señor por el gatico, y recen para que no llueva porque este alumbrado va a estar mejor que nunca y si llueve se dañan los faroles. Cuando caiga la noche le daremos la razón a la señora. Las calles de su pueblo se convertirán en ríos de pequeñas llamitas cubiertas por faroles multicolores y polimorfos.

Desde hace 35 años los habitantes de este pueblo enclavado en la región cafetera de Colombia se organizan cada año para rendirle culto a la Virgen María, pedirle bendiciones para el año que viene y agradecerle por las cosas buenas que les deja el año que se va. Esta tradición de décadas es la evolución de un ritual de adoración a la Virgen de la Inmaculada Concepción, conmemorando el momento en el que un ángel se presentó ante ella y le dijo que iba a ser madre sin mover un solo dedo.

Yendo un poco más atrás en la historia, se entera uno de que el 8 de diciembre de 1854 el Papa Pío IX publicó una encíclica apostólica en la que preguntaba al pueblo si daba por sentado que María era inmaculada. La respuesta de los fieles se dejó adivinar en una marcha con velas encendidas. Y como muchas tradiciones que permanecen vivas por la fuerza de la repetición, en todos los rincones de Colombia se han encendido velas en esa fecha, aunque más para marcar el inicio de la navidad que para seguirle la corriente a un Papa que ya nadie sabe que existió.

En Quimbaya los faroles de papel empezaron a hacerse desde 1982 para que las velas duraran encendidas toda la noche. Primero fue una familia en el barrio Sierra Ochoa, luego la cuadra, luego todo el barrio, luego otros barrios y ahora todo el pueblo invierte cada voltio de su energía en los faroles de fin de año. El fuego navideño se extendió y encendió ideas en las mentes de los pobladores que cada año sorprendían con nuevos diseños, faroles cada vez más grandes y de formas como no se han visto en otro lugar. Luego las señoras de un Club de Jardinería del Municipio le dieron el nombre de Festival y crearon un concurso para motivar a los habitantes a unirse para fabricar los mejores faroles de la ciudad. Inicialmente 27 sectores trabajaban durante todo el año para embellecer sus cuadras la primera semana de diciembre. Las noches del 7 y 8 de diciembre de este año 200 cuadras encenderán sus lucecitas.

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En la esquina de la calle 5 con 20 del barrio Gualanday una familia trabaja pegante y papel de colores en mano. Jorge dirige la obra: tiene 16 años y le está dando los últimos retoques al farol de la Virgen en el que ha invertido tres meses de elaboración. Mide 2×2 metros x 50 centímetros de profundidad. En su interior tiene una estructura para colocar las velas y está recubierto en sus cuatro caras. Nos cuenta que cuando él nació ya varias generaciones de quimbayunos habían encendido las velitas decembrinas. Y ahora no me imagino un diciembre lejos de mi pueblo, lejos de mis faroles. Dice.

La imagen de Quimbaya está lejos de parecerse a la de los pueblitos cafeteros que dejaron en nuestra memoria lugares como Pijao, Buenavista o Salento.  Es más un pueblo chico con ganas de ser ciudad: mucho concreto, algunos edificios que sobresalen entre los techos del centro. La herencia de los montañeros del café se disuelve en pocas fachadas coloridas con ventanas de madera, una que otra. Sus calles se han extendido por la montaña y las afueras del pueblo se urbanizan con acelerador de hormigón. El resultado de la ecuación decembrina lo deja claro: cada año hay más calles y más faroles y más cuadras y el festival es más grande.

Cámara en mano nos adentramos, buscamos historias. 

  • ¿Quieren ver los faroles antes de que los pongamos? Bien pueda sigan.

Y abre la puerta de su casa en el barrio Jorge Eliécer Gaitán. La seguimos.

Al final del pasadizo de la entrada está el comedor: no hay por dónde pasar. La mesa, las sillas, las poltronas, el piso, la cama de la habitación que tiene la puerta abierta: todo está lleno de faroles, uno encima de otro. La pila llega hasta el techo. Doña Adiela Alarcón nos cuenta que toda su vida ha hecho parte de esta tradición y que este año, por ser el aniversario 35, Quimbaya está botando la casa por la ventana. Se ríe a carcajadas, hace chistes, contagia felicidad. “Este año no van a premiar a la mejor cuadra con plata porque eso era pa problemas y a los ganadores les tocaba como de a treinta mil pesos no más. El premio va a ser una fiesta con lechona, más comida, trago y músicos. Si ganamos los invito a que se tomen un aguardientico con nosotros”, y estalla en risas. Y que si me va a tomar una foto entonces que salga la colección de llaveros de la pared. Tiene más de 10 mil.

Casas como las de doña Adiela y su vecina Nubia, que también nos invitó a seguir, se convierten en talleres artesanales desde septiembre. Tres meses de trabajo para tentar la suerte. Armar, cortar, diseñar, medir, serruchar, clavar, pegar, pintar. Y rogar: para que les vaya bien, para que llegue mucha gente al pueblo, para que la cuadra gane el concurso. Y para que no llueva, sobre todo; porque cuando el cielo está cargado no le importa que sea la fiesta de la mismísima madre de Jesús: se desfonda sin dar aviso y adiós alumbrado. Correr a entrar 60 mil faroles como quien corre a entrar la ropa bajo las primeras gotas.

60 mil faroles son muchos faroles.

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Las expresiones de fe se mezclaron con el orgullo de las gentes, que convirtieron su tradición en arte y le dieron insumos a la industria del turismo que cada año ofrece planes para llegar desde toda Colombia a atestiguar el alumbrado navideño más bello de todo el país. 

La noche avisa su llegada. Ejércitos de faroles están formados en cada calle del pueblo. Una mujer persigue al perro que acabó de orinar uno de los suyos. Una chica corre a su madre para que el bloguero que escribe tome una foto de la virgen. Los jeeps willys que antes cargaban bultos de café, racimos gigantes de plátanos y trasteos, hoy tienen luces en los parabrisas y llevan a los turistas a recorrer el pueblo por $2000 –menos de un dólar-. Las calles están cerradas en su mayoría.

Por la tarima del parque principal se ven desfilar expresiones artísticas provenientes de varios rincones de Colombia, de varias naciones del mundo. Unas cantadoras del Chocó entonan sus versos diciendo que a ellas les gusta es el camarón de su mar y que Colombia quiere la paz. Un tándem de trovadores quindianos improvisan frente al público. Una pareja mexicana zapatea un jarabe tapatío. Una argentina despliega su faldón mientras su compañero la sigue con mirada seductora al ritmo de una canción que canta sus versos al mate. Y los chicos que tocan rock. Y el ciclo paseo de las luces. Y el reinado gay del café. Entonces, uno entiende que hace tiempo esta fiesta trascendió la frontera adoradora: dejó de ser un acto netamente religioso para convertirse desde hace años en un fenómeno cultural que cada año convoca a más de 50 mil almas, la misma cantidad de gente que acude a un clásico Boca – River en la Bombonera. Un gentío.

Las 50 mil almas forman una avalancha de gente que va y viene toda la noche por los andenes sin tocar los faroles; un caudal embravecido de personas separado a lado y lado de las 200 cuadras de luces. A la vuelta de la iglesia hay una calle real con un túnel de miles de bombillos. Una anciana regaña a niños que destellan sus selfies junto a sus faroles. Porque los tumban y los dañan. Venga tómeme una foto aquí en la Virgen porque la que tengo me salió movida. Y que mi Dios les pague y la Virgen me los ilumine.

No son solo faroles los de Quimbaya, son los mejores faroles que se pueden encontrar esas dos noches en toda la Colombia iluminada. En una calle adquieren forma de pingüinos, en otra de árboles de navidad, en otra dan vueltas impulsados por el viento. Más allá son barcos y más abajo flamencos. Y los bomberos hicieron faroles en formas de casas grandes que se incendian y otros faroles en forma de máquinas apaga fuegos. El esfuerzo comunitario le valió a esta comunidad unida para convertirse en patrimonio cultural inmaterial e intangible del municipio y el departamento del Quindío desde 2008.

Llueve la noche del 7 pero no importa: la fórmula se repite el 8 desde temprano. Música, comida, creatividad y hospitalidad: Quimbaya brilla con luz propia.

15 minutos de juegos pirotécnicos cierran con broche de oro esta fiesta de luces. El amor a la tradición de estas familias que trabajaron hombro a hombro es el disparo en el partidor de las fiestas navideñas de este país de gente amable y linda como sus tradiciones.

Y así, navideños como estamos, desde ya deseamos para todos ustedes un 2018 repleto de felicidad, salud y, como no, de muchos viajes. Prometemos llevarlos a viajar con nosotros por más lugares y culturas alucinantes.

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