Hechos los trámites de rigor en migración La Jebi cruzó una nueva frontera. Estamos en Nicaragua, el quinto país de esta aventura que nos conducirá por carretera hasta Alaska. La llegada a tierra Nicaragüense fue tranquila, no encontramos problemas y los funcionarios fronterizos fueron muy amables y nada acosadores con requisas ni situaciones incómodas.

Luego de pasar unos días en Rivas, un pueblo tradicional y muy calmado en el sur del país, y otros tantos en el fiestero y mega turístico San Juan del Sur, nos dirigimos hacia uno de los destinos más visitados en toda Nicaragua por lo atípico de su naturaleza y las bellezas y tranquilidad que ofrece: la isla de Ometepe.

No son pocas las particularidades que convierten a esta isla en un lugar de llegada obligatoria para quien esté conociendo Nicaragua. Está ubicada en el medio del Gran Lago Nicaragua, una gigantesca extensión de agua dulce con olas todos los días del año causadas por los fuertes vientos que golpean el pacífico sur del país. Cuando los españoles llegaron a Nicaragua, cuenta la historia, bautizaron a este lago como ‘el mar de agua dulce’, luego de que sus caballos fueran a beber de sus aguas sin ninguna consecuencia.

Como si fuera poco, dos colosales volcanes emergen de la tierra en esta isla, convirtiéndola en una postal viviente en constante actividad de erupción. 

Concepción y Maderas son los nombres de estas dos montañas en cuyas entrañas hierve la furia de la tierra. El primero, y más grande, está activo. El segundo, inactivo, tiene una laguna en su cráter, hasta donde se puede llegar y darse un chapuzón.

Además Ometepe es famoso por ser uno de los lugares más tranquilos y seguros de Nicaragua. No había que pensarlo mucho; teníamos que llegar hasta allá.

Cruzando el agua a bordo de El Ché Guevara

Al ser una isla, teníamos que buscar la forma de cruzar el lago Nicaragua con todo y La Jebi para llegar hasta ella. Fuimos hasta San Jorge, el lugar desde donde todos los días zarpan barcos cargados de nativos, turistas, vehículos y provisiones  para llevar a Ometepe.

Hicimos las averiguaciones del caso en Ometepe Tours, una de las dos empresas que presta el servicio de ferry. Entre nosotros contarle la historia de nuestro viaje a la mujer que vendía los tiquetes y ella preguntarnos sobre nuestra travesía, nos enteramos que el dueño del barco era colombiano, y que estaba a punto de llegar a la oficina proveniente de la isla.

Lo esperamos, le contamos nuestra historia como viajeros y conocimos un poco de la suya. Nuestro paisano se llama Cipriano Quiroga y asegura haberle dado la vuelta al mundo como reportero y documentalista de guerra. Nos contó que vivió en Cuba seis años, que viajó por toda América y que recorrió todo Estados Unidos en un carro casa. Que vivió en Alemania y otros países de Europa para terminar haciendo negocios con tierras y barcos en Nicaragua.

A sus 63 años Cipriano tuvo ocho matrimonios, de los cuales le quedaron sus 16 hijos. Cuando llega, sus secretarias le tienen un vaso de leche de cabra y varias pastillas listas para ser tragadas porque  “es que a esta edad la salud ya no es la misma”.

Pues el hombre que vestía bermudas y visera de tenista nos invitó a viajar a la isla de Ometepe ida y regreso completamente gratis con La Jebi a bordo en El Ché Guevara, el barco insignia de su compañía.

–          – “Y si quieren se quedan en un hotel que estoy construyendo por allá por la punta. No tiene camas pero tiene agua y electricidad. Y es muy bonito el sitio”, nos dijo Cipriano.

–          – “Claaaaro, muchas gracias”, le dijimos, pues teniendo nuestra casa dentro de La Jebi muchas veces agua, baños y electricidad son los únicos ‘lujos’ que necesitamos.

Cuando íbamos en el barco nuestro anfitrión nos invitó a pasar a la cabina del capitán para ver el paisaje en palco VIP, y nos atendió con cervezas, gaseosas y buena charla.

Nos dijo que pensándolo mejor nos invitaba a quedarnos en una casa amoblada que estaba vendiendo y que tenía sola frente a un proyecto comunitario llamado Puesta del Sol, donde nativos de la isla reciben turistas de todas partes del mundo para mostrarles la vida local y dinamizar un poco la economía de las familias. La Ley del viaje hacía de las suyas en este nuevo país presentándonos esta situación que caía como anillo al dedo.

Ya habíamos embarcado La Jebi en el ferry cuando conocimos a un par de viajeros que están recorriendo América desde México hasta Brasil en una van Chevrolet con matrícula californiana. En pleno barco Mauro y Franca, uruguayo y argentina, nos abrieron las puertas de su casita rodante para invitarnos a comer sándwiches de aguacate. Conversamos con ellos, les preguntamos sobre sus planes en la isla y aún no tenían nada claro en el panorama.

Así que intercedimos por ellos ante Cipriano y conseguimos que nos dejara hospedar a los cuatro en la casa que nos habían ofrecido. La buena fortuna, nos ha enseñado el viaje, es también para compartirla.

Cuando atracamos en Moyogalpa, la primera ciudad de la isla, el barco fue una convulsión de nativos y turistas cargando sus bultos y mochilas respectivamente. También de carros y camiones moviéndose hacia afuera de la embarcación convirtiendo la escena en una pintura viva bajo la vigilancia del imponente volcán Concepción.

Esa misma tarde todos fuimos con el empresario colombiano al hotel que está construyendo, nos contó sus planes, nos hizo un tour por el lugar y nos llevó a ver el ocaso en la famosa ‘Punta’, un lugar alucinante donde dos corrientes de viento se chocan entre sí haciendo que se encuentren las olas que van de ambos lados en el lago.

El fenómeno le da forma a una pasarela de arena por la que uno puede caminar hasta casi un kilómetro distancia dentro del lago, como si se tratase de un Moisés abriendo las aguas.

Ometepe, la isla encantadora

El paseo por La Punta era tan sólo un abrebocas para todas las bellezas que nos tenía preparadas Ometepe. Al día siguiente salimos en La Jebi a recorrer las carreteras de la isla y fuimos a parar a algunos de los pueblitos que desarrollan su vida en las faldas del volcán activo, el Concepción.

Y como a la hora de vivir lo que menos importa es pensar en el final, los habitantes de pueblos como Altagracia y Moyogalpa hacen su vida como si el gigante que los vigila dormido nunca se fuese a despertar.

Hablamos con los vendedores de frutas en un parque central, con una lavandera, con un artesano que hace sombreros y caricaturas del presidente talladas en cocos y con el mesero que nos atendió en una pizzería. Todos tienen suficientes asuntos que resolver y tantos problemas en que pensar que el volcán se hace diminuto y termina instalado al final de su lista de intereses.

La casa que Cipriano nos prestó para nosotros y nuestros nuevos amigos es un lujo. Tenía todo nuevo, camas, cocina, completamente amoblada y hasta aire acondicionado para el calor infernal que azota a la isla (y a toda Nicaragua, valga decirlo). Pero lo mejor de todo es su ubicación, pues está situada frente a una de las playas del gran lago Nicaragua justo donde el sol se pone.

Y como hay cosas que cuestan explicar con palabras, vean las fotografías que hicimos durante los minutos eternos que pasamos esperando a que esa bola de fuego se escondiera en el horizonte.

Si quiere ver las fotografías que hicimos en esta increíble isla ingrese a esta GALERÍA

De viaje al interior de la isla

Rodamos una y otra vez por las calles de los pueblito que conforman la isla, cuyas vías están, casi todas, en buen estado. Varias veces tuvimos que pararnos al lado del camino para dejar pasar las manadas de vacas arriadas por vaqueros a caballo o por niños pequeños con un rejo en la mano. 

Cuando termina la tarde se ven cientos de estudiantes salir de las escuelas uniformados caminando o en bicicletas que algunas veces llevan hasta tres pasajeros.

Ometepe es soleada y caliente. Los verdes de sus pastos contrastan con sus árboles florecidos y hacia cualquier parte donde miráramos había un volcán, o dos, recordándonos lo afortunados que éramos de estar en ese paisaje.

No subimos a ninguno de los dos volcanes, aunque hubiésemos podido hacerlo ayudados por alguno de los guías locales que se conoce los laberintos de aquellas gigantescas montañas. Ya entrados en materia, tenemos que confesarles que nuestro estado físico limita con lo vegetativo. De eso nos dimos cuenta escalando hasta la cima del volcán Cerro Chato en Costa Rica, actividad que nos dejó un día entero recuperándonos en cama.

Pero sí recorrimos mucho la isla de Ometepe. Como nos gusta mantenernos activos, sin tener que recorrer maratones de montaña, hicimos  una caminata de nivel intermedio hasta la falda del volcán Maderas, la cual nos llevó por un sendero de selva espesa hasta la cascada San Ramón, uno de los atractivos naturales más renombrados y recomendados de todo el lugar. Además, fuimos a nadar al Ojo de Agua, una piscina natural con agua proveniente del volcán Concepción, alimentada por un río de cuyas aguas se dice que tienen poderes curativos y rejuvenecedores.

Y no es que nos hayamos devuelto en el tiempo como para decirles que tienen razón, pero el sólo hecho de haber estado sumergido en esas aguas transparentes, rodeadas de árboles llenos de pájaros y monos aulladores, nos hizo sentir bastante vivos.

Luego de cinco días con tanta buena suerte, naturaleza , aventuras nuevas por contar y nuevos amigos, volvimos de nuevo al ferry ‘El Ché Guevara’ con nuestro compatriota y anfitrión Cipriano Quiroga, que nos despidió de la misma forma en la que nos recibió: con buenas charlas y bebidas frías en la cabina del capitán de su barco.

Un abrazo con este viejo veterano de varias guerras, muchas bendiciones y buena suerte para nuestro camino, fue el punto final de nuestro paso por la inolvidable isla de Ometepe.

–          “Ahí tienen mi número por si algo necesitan. Mucho cuidado en Honduras y El Salvador. Cualquier cosa me avisan que yo tengo amigos por esos lados y ellos también les pueden ayudar”