El motor de la lancha rugía bajo el sol mañanero de Cartagena y atrás iban quedando los edificios y los hoteles lujosos del sector de Bocagrande. Pasaban los minutos y la famosa antagonista del lujo cartagenero iba tomando forma ante nuestros ojos. Dos kilómetros de mar recorrimos para llegar a Tierrabomba, la isla frente a la ciudad Heróica, donde la pobreza es la ley y los intentos para sobrevivir son el pan de cada día.

Al bajar de la lancha nos recibieron varios niños. Eran muchos. Querían llevar nuestras mochilas, nos daban la mano y nos siguieron cuesta arriba hasta nuestro destino.

Llegamos al hotel Vista Heroica, propiedad de Pedro Salazar, un chico de 28 años que se convirtió en el líder de toda esta comunidad de más de 3000 personas abandonadas a su suerte por el Estado Colombiano.

Fuimos invitados por Pedro, y por su fundación Amigos del Mar, como voluntarios para dar talleres a los niños de la isla y para ayudar en las labores de entrega de regalos navideños. Pero no habían pasado 15 minutos y ya los chicos repetían nuestros nombres como un disco rayado: “André, André, André, Lina, Lina, Lina, André”. Para ellos la llegada de alguien nuevo a su tierra es todo un suceso, y más si llegan donde Pedro. Algo nuevo vamos a aprender, debieron pensar desde que pusimos los pies en la arena de su isla.

La Magia de la fotografía hecha por niños

“Cuerpo, lente y flash: esas son las partes de una cámara. Y la deben agarrar así, con la mano izquierda en forma de coca hacia arriba sosteniendo el lente para que no se les caiga. Tienen que cerrar un ojo para ver solo lo que va a quedar en la foto”, les decía a mis 16 alumnos que una hora antes del momento pactado para la clase ya agarraban sus dedos con fuerza a la reja del hotel para que los dejaran entrar a la clase.

Son inquietos, preguntan, responden y aprenden rápido. Podría creer uno que para ellos la fotografía es un aprendizaje que se alimenta a diario desde que abrieron los ojos. Viven en ese infierno paradisíaco, rodeados de un mar que se degrada en tonos azules y verdes; y que parte el horizonte con una línea recta, sobre la cual crecieron como maleza inmensos edificios, que desde sus casas se ven pequeñitos.

–          “Eso se llama perspectiva, niños. Es por eso que si pongo este trípode aquí, se ve más grande que los edificios. ¿Ven?”

–          “Siiii”

Un par de dibujos después, en los que traté de explicarles la regla de tercios y cómo acomodar todos los objetos dentro de una fotografía, salimos a recorrer las calles de su pueblo. Los niños conmigo y las niñas con Lina. Cada uno tenía su turno para usar nuestras cámaras y tomar sus propias fotos.

Juzguen ustedes el resultado.

Días de regalos navideños

Con la llegada del nuevo día también llegaron nuevos voluntarios. Venían de Cartagena en su mayoría, atendiendo al llamado que las campanas navideñas hacen a las mentes del pueblo, para recordarles en Diciembre que los pobres existen.

Lina y yo fuimos los encargados de clasificar por tallas y género la ropa que habían donado. Así como los juguetes para los niños. 

Una vez hecha esta labor, cada grupo de voluntarios tenía encargadas cinco familias. Durante dos días, bajo un sol incandescente, buscamos a nuestras familias en sus casas, les entregamos los obsequios y compartimos ratos agradables con ellos, que siempre tenía sonrisas en sus bocas para agradecer el gesto.

Pedro, el ángel que atravesó el mar

El responsable de que todo esto sea posible, y de que estas personas sientan que no están del todo solas, es Pedro Salazar, nuestro anfitrión en el hotel Vista Heroica. Tiene 28 años, es practicante de surf y kitesurfing, le gusta la cocina y dice que encontró su lugar en el mundo en Tierrabomba. A los 23 años, cuando terminaba sus estudios en la Universidad Javeriana de Cali, ‘El Mono’, como lo conocen todos en la isla, decidió apostarle a este lugar y trabajar para mejorar su calidad de vida.

Tierrabomba no tiene agua. En Tierrabomba no hay trabajo. En Tierrabomba no saben lo que es planificar, se reproducen como conejos. En Tierrabomba los niños corren descalzos y crecen con enormes cicatrices en las plantas de sus pies. A Tierrabomba llegan los políticos en campaña a prometer una nueva vida, a engañarlos para embarcarse de regreso a Cartagena con el botín de sus votos.

Pero aun así, este hombre decidió llegar a esta isla para quedarse, hacerse querer y respetar de la comunidad, y empujarlos a todo hacia una vida más digna. Ha presentado más de 200 películas a los niños, que no sabían lo que era el cine. Y que a veces no saben lo que es desayunar.  

Cada Mayo organiza el festival de reciclaje de Tierrabomba, en el cual une a toda la comunidad para limpiar la isla y ha logrado recoger más de 22 toneladas de basura. Ha llevado a algunos niños locales a surfear con grandes campeones a las playas de Lima. Todos lo quieren y lo respetan.

Aunque cada mañana para estos isleños sea una bofetada, cuando el sol revela una vez más la opulencia que no para de crecer frente a ellos, son personas que buscan dignamente la forma de sobrevivir, aprovechan la cantidad de turistas que se mueven por Cartagena para ganar algunos pesos y casi todos son atentos, amables y serviciales con visitantes como nosotros.

Esa es la otra Cartagena, la que nos recibió y a la que acudimos felices y agradecemos por enseñarnos la diversidad de realidades que se escapan a los ojos del turismo. La Cartagena donde no alcanzan a brillar las luces de los reinados de belleza. Donde no llegan los flashes de las cumbres presidenciales. Donde los millones de dólares diarios en comercio portuario no dejan caer ni una moneda. La Cartagena real.