Una hora antes habíamos cruzado la frontera que separa a Belice de México. Hasta el momento esa, la  frontera que geográficamente nos daba la bienvenida a Norteamérica, era también la más limpia y eficiente de todo el viaje. Luego del papeleo de rigor, un par de trámites e inspecciones al carro y la cancelación de 100 dólares por concepto de impuestos y 400 más por un depósito reembolsable para poder ingresar con La Jebi, estábamos rodando por el décimo país de esta aventura. 10 países en casi 500 días de viaje; números redondos que dejaban ver cuántas experiencias imborrables habían quedado atrás. Aquí le contamos todos los documentos que se requieren si va emprender un viaje en carro por América

  • “¿No te parece increíble lo que acaba de empezar? Llegamos conduciendo un carro desde Palmira hasta México. Esto es un logro enorme en sí mismo”, le dije a Lina cuando puse nuestra pequeña casa rodante en marcha.

La gigante inscripción en verde, blanco y rojo que nos decía “Bienvenidos a México” nos abría la puerta del país más grande que encarábamos hasta el momento. La cuenta regresiva indicaba que tan sólo restaban tres países para llegar a Alaska, pero los tres son tan grandes que quince meses después de haber salido de casa aún no llegábamos a la mitad de esta aventura.

Como ya es habitual, los parlantes de La Jebi silenciaron el rock and roll que truena por las carreteras de América para darle paso a la buena costumbre que el periodismo sembró en este viaje de escudriñar las noticias locales como primera fuente de información.  Algunos anuncios del clima que enloquecía por aquellos días y las primeras notas de música de banda y narcocorridos, indicaron que todo andaba bajo control en Chetumal, nuestro primer destino en el país de los mariachis y el chile picante.

Al cambiar de estación radial, una voz de mujer con acento peruano anunciaba lo que describía como una tragedia terrorista y rogaba en vivo y en directo por el bienestar de su hija. Era Laura Bozzo, la famosa Laura en América, quien desde hace años tiene un exitoso show en el que calcó la fórmula de exhibición de la pornomiseria en tierra inca y la exportó sin pudor a los descendientes mayas y aztecas, que en territorio manito  multiplican por decenas de millones la audiencia de su tierra natal. Tanto, que en México el programa de Laura se transmite en vivo y en simultánea, de lunes a viernes, por radio y televisión.

“Me acaba de llamar mi hija desde París y me dijo que un grupo terrorista mató a más de cien personas en una sala de conciertos. Dios tenga piedad de esa pobre gente. Es uno de los peores atentados en la historia de Francia”, decía justo antes, imagino, de gritar su famoso “que pase el desgraciado”.

Gigantescas nubes negras oscurecían la primera ciudad caribeña del sur este de México, capital del estado de Quintana Roo, y se desfondaban en tormentas que no daban el aviso gota a gota  al que veníamos acostumbrados. Ese 13 de noviembre de 2015, México nos recibió con un aguacero que inundó las calles de la primera ciudad que pisábamos. Nuestro objetivo del día era avanzar hasta Bacalar, uno de los pueblos mágicos de México famoso por haber sido construido al lado de una laguna de agua dulce que parece pintada con todos los tonos de azul intenso del mar Caribe. Pero la lluvia no nos dejaba ver ni un metro más allá del parabrisas de La Jebi, así que decidimos buscar un lugar donde pasar la noche.

En casos como este, en los que el clima se planta frente a nosotros como un impedimento inamovible para gestionar un techo donde refugiarnos, los cuerpos de bomberos resultan siendo la primera opción a la cual acudir; su vocación de servicio a la comunidad también incluye al viajero desamparado y siempre nos tendieron su mano amiga. Al no poder ver nada de nada, y tampoco encontrar el cuartel de bomberos en nuestro GPS, paramos en el único lugar  donde se veían algunas personas a preguntarles por  la estación de las máquinas rojas apaga fuegos.

En la fachada del lugar se podía leer en letras grandes y coloridas el nombre ‘Casa Joven’. Allí funcionan las oficinas de una fundación de emprendimiento manejada por un grupo de chicos que no superan los 25 años de edad. Y fueron ellos quienes nos convencieron de abandonar búsqueda de los bomberos locales y a cambio nos ofrecieron las instalaciones de su fundación para quedarnos los dos días siguientes, nos llevaron a conocer la ciudad en la noche y nos invitaron a probar las marquesitas, una delicia local semejante a una crepa tostada y envuelta, rellena de queso holandés y dulce de leche.

En ese momento ya habíamos perdido la cuenta de cuántas personas trataron de disuadirnos de la idea de recorrer México conduciendo nuestro carro. De nuevo, y como ya nos había pasado con Colombia, Nicaragua, Honduras, El Salvador y Guatemala, los medios de comunicación infiltraban con violencia y maldad el imaginario colectivo al punto de evitarnos dar el siguiente paso.

Pero ese día la radio mexicana nos servía en bandeja de plata una paradoja traída a la mesa por la voz de la ajada presentadora peruana: los 132 inocentes que murieron atravesados por las balas del Estado Islámico en París eran la prueba fehaciente de que en el mundo no hay un lugar 100% seguro, y nosotros estábamos llamados a vivir con intensidad cada día de nuestras vidas. Nunca se sabe cuándo, dónde ni en qué circunstancias pueda llegar nuestro final. Mientras en la Ciudad Luz caían cientos de vidas como en un juego de video, unos desconocidos en México nos tendían la mano y nos brindaban su amistad sin mayor interés  que el de hacernos sentir como en casa.

Piratas de agua dulce

Cuenta la historia que hacia mediados de los años 1600 la costa caribe mexicana  fue invadida por piratas que durante décadas llegaron provenientes de Inglaterra, Francia y Holanda tratando de apoderarse de los botines que España había conseguido tras despojar a los nativos de sus riquezas en la Conquista. Una de las rutas utilizada por corsarios y bucaneros los llevaba a desembocar desde el Atlántico hasta una majestuosa laguna de agua dulce a través de canales naturales.

Bacalar es el nombre de la población levantada desde tiempos de los Mayas a la orilla de la laguna bautizada con el mismo nombre. En esta tierra calurosa los piratas no buscaban oro, plata, ni jade. El multimillonario botín que perseguían eran el cedro y la caoba para construir más embarcaciones, y el palo de tinte para para extraer los colores que teñían las finas telas de la realeza.

Hasta ese lugar llegamos en una tarde oscura de domingo, bajo nubarrones que amenazaban tormentas como la que nos había obligado a quedarnos en Chetumal. Habíamos rodado por las impresionantes carreteras del estado de Quintana Roo que se desplegaban lisas, limpias y prolijas a cada centímetro como una pista de fórmula uno bajo las llantas de La Jebi. Una recta que se perdía en el infinito, de cuatro  carriles a cada lado, velocidad máxima de 110 Km/h y canciones de los Rolling Stones y Barón Rojo como banda sonora del camino, fueron los ingredientes del primer viaje que emprendíamos por las autopistas del norte del continente.

Entrada la noche, bastó tan sólo tocar una puerta para encontrar de inmediato un lugar donde dormir dentro de La Jebi. El sitio era un hostal donde confluyen viajeros de todo el planeta para disfrutar de los privilegios que la naturaleza ofrece en la región. La oscuridad que empezaba a caer no nos dejó reconocer de inmediato la famosa belleza  que precedía la laguna, pero sirvió de ambiente para conversaciones que agendarían actividades, viajes y amigos para los próximos días.

          – “¿Ustedes son los que están viajando en esa camioneta tan chida? ¿Y allí duermen?”

La pregunta la hacía Renato, un chico corpulento, de baja estatura y piel bronceada, ojos color miel y tatuajes desteñidos en sus brazos. Luego de contarle un poco sobre nuestro viaje, Renato nos invitó a hacer un tour por la laguna en Paddleboard. Al día siguiente, decía, remaríamos durante más de tres horas, atravesaríamos uno a uno los siete tonos de azul de la laguna y terminaríamos haciendo snorkel en un cenote de 120 metros de profundidad.

           – “Y eso, pos pa que escriban en su página que en México sí que los trataron a toda madre”, dijo Renato.

          -“Claro hombre, muchas gracias. ¿A qué hora nos vemos?”, repuse emocionado”

         -“Vayan ustedes, pásenla bien. Yo me quedo”, dijo Lina.

 

Como ya les habíamos contado AQUÍ, AQUÍ Y AQUÍ, Lina le tiene un miedo irremediable a las profundidades, lo que convierte sus viajes acuáticos en retos difíciles de afrontar o en tormentos para el olvido. Y aunque casi siempre  los enfrenta, su reacción inicial es de rechazo inmediato, por maravilloso que parezca el plan.

       -“No te preocupes. Vamos a ir con chaleco salvavidas y la laguna no es profunda. Es más, que Andrés se vaya en una tabla sólo y si tú no quieres remar yo te llevo”, insistió el guía y convirtió la oferta en algo imposible de rechazar.

Con suerte, a la mañana siguiente, el clima lluvioso cambiaría y el sol sería un integrante más en nuestra aventura.

No se pierda esta crónica de los tres días que pasamos en una playa nudista mexicana.

Reza un dicho popular en Colombia que “al que le van a dar le guardan”. A nosotros, el clima nos tenía reservado un reencuentro con la alegría de un día radiante que se negaba a aparecer desde hacía más de una semana. Cuando los primeros rayos del sol estaban despuntando, Lina, Renato y yo entramos al agua acompañados de otros cuatro viajeros, cada uno de pie en una tabla y remando hacia el interior de la laguna. Claro, Lina era la pasajera en la punta de la tabla de Renato. Su determinación de arriesgarse y enfrentar una vez más sus miedos la ubicó en un palco desde donde lo único que tenía que hacer era disfrutar de aquel espectáculo natural sin comparación.

Cada que clavábamos el remo en el agua nos adentrábamos hacia un océano de agua dulce que calcaba con exactitud y los colores del mar Caribe. A medida que íbamos avanzando, Renato nos contaba que la laguna se formó  hace millones de años, que todo comenzó cuando cientos de meteoritos impactaron sobre la región de Yucatán formando los cenotes, y que algunos de estos se desbordaron formando la imponente laguna de 42 kilómetros de largo y sólo cuatro de ancho.

Zambullirse en la laguna de bacalar es darse un baño de magia. Sus aguas templadas y cristalinas dejan ver hasta el último grano de arena del fondo. Durante el recorrido, que tuvo cuatro paradas para nadar, escuchamos los sonidos de la fauna que aún despertaba, conocimos las historias de los piratas de agua dulce y disfrutamos del tour con nuestros acompañantes antes de que las lanchas repletas de turistas empezaran a dejar su estela de reguetón y humo. María Inés de México, Paul de Francia y Mina de Inglaterra, son los chicos con quienes hicimos una muy buena amistad y de quienes nos llevamos grandes recuerdos que iniciaron remando sobre esa paleta de azules que el sol hizo brillar

Los tres nos acompañaron durante los siguientes días de viaje, recorrieron las carreteras de los estados de Campeche y Quintana Roo a bordo de La Jebi y juntos vivimos aventuras como conocer la majestuosa ciudad maya de Calakmul, nadar con tortugas gigantes en su hábitat natural en las playas de Akumal, en Tulum y aprender más de sus conocimientos escuchando los relatos de sus viajes por el mundo. Si algo nos ha enseñado el camino, es que en cada encuentro hay un maestro y que cada nuevo amigo  trae consigo un aprendizaje.

Los viajes con ellos fueron una historia aparte que luego les contaremos.

En la histórica laguna de Bacalar, escenario de tantas batallas por botines ajenos,  nosotros encontramos el invaluable tesoro que ha guiado nuestros pasos desde el inicio de esta aventura: remando bajo el sol ardiente que rebotaba radiante en siete tonos de azul hallamos una vez más la felicidad de las cosas pequeñas. Salimos de aquel lugar sintiéndonos inmensamente ricos, dueños de una fortuna que puede medirse solamente en amigos, buenos recuerdos y experiencias de vida.

Así nos recibió el México lindo y querido, ese que tan mala fama tiene en la televisión pero que hay que vivirlo para comprobar la inmensidad de su belleza. Así es esta tierra hermosa de gente buena que kilómetro a kilómetro se ganó nuestros corazones y que quisiéramos recorrer en cada uno de sus rincones. Porque puede que se hable mucho de los malos, pero México, como el mundo, está repleto de gente buena que no sale en las noticias.