Menos de media hora había pasado desde nuestra llegada al cráter del volcán Poás, cuando una nube formada por neblina y humo con olor a azufre cubrió completamente la vista del paisaje.  Ese domingo, el primero de junio de 2015, estábamos en el Parque Nacional más visitado de toda Costa Rica, bautizado con el nombre de este enorme volcán activo.

Y no es que el humo del volcán representara algún peligro para nosotros. La historia empieza mencionando aquella niebla simplemente porque de ella dependía que pudiéramos ver la maravilla natural de este lugar.

A la entrada tuvimos que pagar 15 dólares cada uno por ser extranjeros, mientras veíamos que los ‘ticos’ estiraban la mano desde la ventana de sus carros y pagaban con un ‘rojo’, como le llaman en Costa Rica a los billetes de mil colones (2 dólares aproximadamente). Ni La Jebi se salvó del cobro, por ella tuvimos que pagar parqueo adicional. Aquí le contamos el día que visitamos un río lleno de cocodrilos gigantes en su hábitat natural.

El kamikaze gordo de la cinta roja

Cuando estábamos estacionando y recibiendo las indicaciones de los guarda parques para nuestro recorrido por el área del volcán, un tipo gordo con una cinta roja amarrada en la cabeza, a bordo de una camioneta blanca, pasó pisando el acelerador a fondo por nuestro lado, sin hacer caso a los gritos y las señales de los guardias para que se detuviera.

Cuando íbamos llegando a la cima, varios funcionarios estaban desviando el recorrido para darle paso a un par de ambulancias y a un carro de la Policía, y amarrando cintas amarillas con las inscripciones de “Peligro” y “No Pase”.Pues resulta que el gordo de la camioneta blanca llegó hasta el mirador del volcán, detuvo su vehículo justo antes de irse al vacío y empezó a lanzar varios artículos religiosos mientras gritaba que Dios lo había enviado hasta allí a cumplir una misión.

Dicen los que lo vieron que amenazaba con lanzarse al volcán con todo y camioneta cuando lo detuvieron. Al momento de nuestra llegada, el hombre estaba esposado a una cuatrimoto de la Policía aún con su bandana roja atada a la frente. Minutos después, la rutina del ir y venir de turistas continuó como si nada hubiese ocurrido.

Otro día de suerte

La caminata para llegar al cráter del volcán Poás, contrario a lo que pensábamos, estuvo bastante fácil. Un recorrido de tan sólo 400 metros, al que le faltan kilómetros para ser digno de llamarse treking, separa el centro de visitantes del parque del imponente cráter.

El gigantesco hueco mide más de un kilómetro de diámetro, tiene una laguna color azul intenso en su interior y constantemente está exhalando fumarolas enormes de humo volcánico que apestan a azufre.

Ese día la suerte estuvo de nuestro lado una vez más en este viaje, pues alcanzamos a ver perfectamente el interior del volcán las dos veces que la niebla lo permitió esa fría mañana de domingo.

Pero el Parque Nacional Volcán Poás tiene, además del atractivo natural que lo bautiza, otras bellezas que conocerle. Luego del suceso del kamikaze y cuando la niebla nos dejó ver en todo su esplendor el cráter del Poás, emprendimos camino por el sendero  que conduce a la Laguna Botos, otra de las incontables maravillas de Costa Rica.

El camino parece sacado de un cuento infantil de esos que al abrirse se convierten en toda una historia contada en tercera dimensión. Senderos llenos de arcos naturales formados por la vegetación, ardillas caminando al lado de los visitantes, árboles que extienden sus ramas en formas tenebrosas en algunos tramos, neblina que cubre la vista por sectores y hongos de varios tamaños y formas, son algunos de los atractivos de esta caminata que, como la del volcán, nada tiene de exigente.

Y este es un cuento con final feliz (si la malvada niebla lo permite). Desde el punto más alto de este Parque Nacional  puede divisarse la enorme laguna rodeada por el bosque de niebla que alberga la selva primaria costarricense. Un verdadero manjar para la vista que nos dimos durante varios minutos antes de que la bruma se tragara todo el paisaje y nos dejara casi a ciegas.

Emprendimos el camino de regreso en medio de la lluvia y paramos a escampar en el museo del Poás, donde explican la anatomía del volcán, las especies que habitan la zona y la historia del  Parque Nacional. Siendo sinceros, el museo no es que sea algo deslumbrante, pero para nosotros estuvo bueno para evitar el aguacero y aprender cosas nuevas.

Este era el segundo Parque Nacional que visitábamos en Costa Rica, después del inolvidable día que pasamos en Parque Nacional Manuel Antonio. El paso de los días en este país nos va dejando claro porqué cuidar la naturaleza es una prioridad y todo un orgullo para los ‘ticos’. La joya verde de América nos tiene atrapados con su naturaleza.