Tal vez no les habíamos contado, pero gracias a nuestro trabajo en Renunciamos y Viajamos fui invitado como bloguero en la versión digital de el periódico El Tiempo, el diario más leído de toda Colombia. Mi blog se llama Viaje Ha-Sido (puede leerlo haciendo click AQUÍ), y en él encontré una ventana para contarle otras historias a los millones de lectores que por allí se asoman. También escribo encuentros con personajes que me cruzo en  este viaje, reflexiones sobre Colombia y sobre la vida de viaje, y hago cartas desde la distancia (como la que le escribí a mi equipo del alma o la que le escribí a mi madre en su día).

Pues resulta que en ese espacio conté la historia de nuestra llegada a Costa Rica, y la amarga experiencia que tuvimos en la frontera gracias a una funcionaria a la que parecen no caerles muy bien los colombianos.

La nota se hizo viral y mucha gente nos escribió desde muchas partes del mundo. Pasamos horas y horas respondiendo a los comentarios de las personas que nos alentaba a seguir nuestro camino y nos invitaban a sus casas en lugares que ni siquiera habíamos escuchado mencionar. Hasta nos invitaron de hoteles y nuestra audiencia superó todos los récords de visitas que teníamos hasta el momento. Incluso, sobrepasamos la barrera de los 11 mil seguidores en Facebook y los mil en twitter, algo que no se nos pasaba por la cabeza ni en el mejor de nuestros sueños. (Si aún no nos sigue en redes sociales, puede unirse a nuestro FacebookTwitter e Instagram)

La ley del viaje: con el pan debajo del brazo

Una de las personas que nos contactó por Facebook fue Gloria Amparo Pulido, una colombiana nacida en Palmira, nuestra ciudad, y que vive en Costa Rica desde hace 9 años. Desde que escribía en nuestras cuentas de redes sociales dejaba notar una inmensa amabilidad. Luego de un intercambio de mensajes de texto, llegamos a la panadería Samuelito, el negocio familiar de esta compatriota y su esposo, donde nos atendieron como si fuéramos un par de amigos de antaño que hace tiempo no veían.

Nos contaron sobre su vida, nos invitaron a su casa y nos dieron a probar las delicias que producen en su negocio. Para nuestros paladares fue un viaje de miles de kilómetros atrás, pues hace mucho no probábamos pan como el que se hace en nuestra tierra y cada que los veíamos nos daban algo nuevo y más delicioso que lo anterior.

Durante una conversación con Alejandro, el esposo de Gloria, llegó a la panadería un hombre a quien él llamaba “padrino”.

–          — “Padrino, vea le presento a unos amigos. Él es Andrés y ella es la esposa, Lina. Le están dando la vuelta al mundo en ese carro que usted ve allá afuera y mañana van para Puerto Viejo”, dijo Alejandro.

–          – “Qué bueno, pues que se queden en la casa que yo tengo allá. Queda como a tres kilómetros de la playa y está sola para ellos. ¿Cuándo se van muchachos? Vengan mañana a las ocho por la llave y sean bienvenidos a mi casa”.

–          – Gracias padrino, ellos son de mi entera confianza, ya verá que su casa va a quedar en buenas manos.

Listo, la ley del viaje había hecho click de nuevo en nuestro camino. Sin proponérnoslo hicimos grandes amigos, teníamos un nuevo destino en nuestra ruta y una casa junto a la playa para disfrutar el tiempo que quisiéramos en el Caribe costarricense. Al día siguiente, como habíamos quedado con Edgar, el dueño de la casa, estábamos recibiendo las llaves y las indicaciones para pasar por otra finca de su propiedad a tomarnos unas pipas frías (agua de coco).

–          “Allá los van a estar esperando y les van a dar unas pipas para que lleven al viaje”, insistía don Edgar.

Cuando salimos del lugar llevábamos dentro de La Jebi un costal lleno con más de 30 cocos que fueron nuestra bebida durante toda la estadía en Puerto Viejo.

En esta nota les mostramos los 10 motivos por los cuales debe visitar Costa Rica.

Una vez más, camino al Caribe

Llevábamos más de una semana viviendo en Alajuela, una de las tres ‘grandes’ ciudades de Costa Rica. Estábamos en compañía de grandes amigos de nuestra infancia pero ya extrañábamos el mar, así que el viaje al Caribe costarricense nos llenaba de emoción.

Aunque la ruta estuvo llena de tráfico, neblina y algunos tramos de carreteras desastrosas, disfrutamos del recorrido lleno de naturaleza exuberante y paisajes de esos a los que Costa Rica nos estaba acostumbrando. Hicimos una parada en los alrededores del parque nacional Braulio Carrillo, cuyas carreteras de selva primaria espesa y nubosa atravesó La Jebi. Todo un privilegio para nuestros sentidos.

Todo en Costa Rica es muy cerca, así que pasamos del frío intenso del camino al calor sofocante del Caribe en un par de horas. El mar azul y las olas agitadas del Atlántico nos daban la bienvenida una vez más.

Aparecía ante nuestros ojos un pueblo de rastafaris negros andando en bicicletas y patinetas. Surfistas rubios de músculos marcados y grupos numerosos de turistas gringos buscando hoteles. Los anuncios de las calles invitaban a fiestas por doquier y en cada cuadra había por lo menos un negocio dedicado a las lecciones de surf y al alquiler de tablas.

Los locales, como es ley en tierra ‘tica’, se caracterizaban por su amabilidad.

“Eyy Colombia-Alaska, que buena onda”, “buen viaje”, nos gritaban cuando pasábamos conduciendo La Jebi por las calles de Puerto Viejo.

Hogar dulce hogar

La casa de Don Edgar es justo lo que  siempre buscamos en un lugar como este: muy cerca de la playa pero lo suficientemente alejada para poder escapar del bullicio de la fiesta eterna. Tuvimos cama doble, ventilación, cocina, televisión y todas las comodidades posibles. Además había árboles, perros, gallinas y buenos vecinos con quienes conversar. Pasamos cuatro días fantásticos en este sitio al que íbamos y veníamos todo el tiempo para poder conocer el sector.

Fuimos a las playas manzanillo y Punta Uva, nos bañamos en el mar y en algunos de los muchísimos ríos que desembocan en esa parte del Atlántico. Y puede que suene a redundancia, a disco rayado, pero la belleza de este lugar no es más que la confirmación de que Costa Rica es un paraíso en la tierra.

Puerto Viejo es un pueblo pequeño que suena a reggae y huele a aceite de coco mezclado con marihuana fina. La brisa lo golpea todo el día y los viajeros van y vienen constantemente. En uno de sus bares vimos el lamentable debut de la Selección Colombia ante Venezuela en la Copa América, al calor de un par de cocteles y unas cervezas heladas. Nuestros días fueron de ensueño.

Puerto Viejo:  Galería de fotos entre rastafaris, surfistas y naturaleza salvaje

Parque Nacional Cahuita, oda a la naturaleza viva

Luego de conducir escasos 20 minutos desde Puerto Viejo llegamos a Cahuita, un pueblo con un desarrollo turístico incipiente que aún conserva su esencia negra y rastafari, con gente amable que se desborda en atenciones por los visitantes y rodeado por montones de maravillas naturales.

Una de ellas es el majestuoso Parque Nacional Cahuita, el cual cuenta con más de 8 kilómetros de senderos  para observar la naturaleza libre que vive en la selva junto al mar. Este parque es uno de los pocos en Costa Rica que no cobra la entrada a visitantes nacionales ni extranjeros. Sólo piden una donación voluntaria que será utilizada en el mantenimiento de los senderos y el cuidado de la vida silvestre. (También puede leer nuestras publicaciones sobre los parques nacionales Manuel Antonio y Volcán Poás en Costa Rica).

Nosotros fuimos un lunes y en nuestro recorrido de casi 5 kilómetros nos cruzamos a menos de 10 personas. Todo ese paraíso solitario fue para nosotros, con las olas del mar rompiendo por la izquierda y del otro lado monos aulladores gritando, tucanes revoloteando, cangrejos multicolores escondiéndose y familias de osos perezosos alimentándose  a nuestro paso.

Galería: el Parque Nacional Cahuita en nuestro lente viajero

Jaguar Rescue Center

El broche de oro de nuestro paso por Puerto Viejo lo puso la visita a Jaguar Rescue Center, un centro de rescate y rehabilitación de animales salvajes. En este sitio decenas de personas trabajan como voluntarios para recuperar y reintroducir a su ambiente natural  animales que han sido maltratados  o víctimas de tráfico de fauna silvestre.

Justo el día de nuestra llegada el lugar no estaba abierto al público en general por la grabación de varios documentales y reportajes para cadenas internacionales. 

Sin embargo, unas chicas voluntarias  que viajaron de Estados Unidos, Australia y España para trabajar en Jaguar Rescue Center nos explicaron algo del funcionamiento del lugar y pudimos ver de primera mano su labor cuidando, alimentando  y curando animales como perezosos, tucanes, tigrillos, ardillas, caimanes, venados, mapaches, monos y serpientes.

Antes de iniciar este viaje nos preguntábamos, sin hallar respuesta, ¿cómo es posible que cosas tan perfectas pasen sin planearlas? ¿Por qué alguien habría de entregarle las llaves de su casa a un par de desconocidos que acaba de ver hace menos de diez minutos? Siempre pensábamos en qué tantas cosas malas nos podrían pasar saliendo de viaje sin saber todas las buenas que nos estaban esperando.

Hoy, luego de más de 10 mil kilómetros y 300 días de viaje sabemos, que ante cualquier duda, la única respuesta es viajar.

Aquí les contamos otros días en los que la ley del viaje se cruzó en nuestro camino: