“Señores pasajeros, estaremos aterrizando sobre el tiempo previsto en el Aeropuerto Internacional José Martí de la ciudad de La Habana. Tenemos una temperatura de 28 grados centígrados y unas condiciones de clima bastante favorables”, se escuchaba por los altoparlantes la voz del capitán del vuelo que habíamos tomado dos horas antes en el aeropuerto de San Salvador, mientras veíamos por la ventanilla como se acercaba cada vez más ese mar azul intenso y las construcciones de la isla iban tomando forma ante nuestros ojos.

Ese domingo 18 de enero de 2015, a las 11 de la mañana con 58 minutos y 2 segundos, tocamos suelo cubano. Así empezaba a escribirse un capítulo más en la historia de este viaje; uno lleno de sol y ritmo, de conversaciones adobadas con tabaco, ron y brisa marina, de caminatas interminables y de grandes amigos que en muy pocos días se ganaron con honores un sitio especial en nuestras vidas.

Como ya les contamos, y como además era lógico, la Jebi se quedó en tierra firme a la espera de su tripulación. Luego de publicar un anuncio en nuestras redes sociales, en menos de un día apareció alguien que se ofreció a hospedarla en un lugar seguro en el sector más exclusivo de Cartagena, donde además pasamos nuestros últimos días en el Caribe colombiano.

Volvimos a empacar nuestra vida en un par de mochilas y partimos como siempre, sin reservas de hoteles ni rutas trazadas, pero con muchas ganas de encontrarnos con un nuevo destino. La meta: vivir 45 días en Cuba, aprender de su cultura, conocer sus lugares emblemáticos y, sobre todo, gastar como dos cubanos más.

El reto se planteaba difícil, pues semanas antes de partir, con los tiquetes de avión ya comprados,  leíamos que los cobros a los extranjeros en la isla son excesivos, y que en casi todo el país, sobre todo en La Habana, está enquistada la idea de que si alguien tuvo el dinero para tomar un avión y atravesar el mar, debe tenerlo también para derrochar a manos llenas. Aquí no existe ni se entiende el concepto  de gastar poco para mantenerse más días en los caminos del mundo.

Y eso nos asustaba. ¿Vamos a estar mucho tiempo? ¿Será que nos excedimos en la cantidad de días que queremos viajar por Cuba? ¿Podremos aguantar y disfrutar del viaje al mismo tiempo? La única manera posible de hallar las respuestas era intentándolo.

En el aeropuerto de San Salvador tuvimos que comprar las visas de 30 días de estadía en Cuba, por un valor de 15 dólares cada una. Nuestro viaje, al ser de 45 días, requiere renovarla por 15 días más, pero el costo por este tiempo adicional asciende aproximadamente a 50 Euros por las dos visas, un precio que traspasa de lejos los principios de la lógica simple, pero que tendremos que pagar para evitar multas y sanciones, que a la larga serían peores. De esto ya les contaremos en la guía que muy acuciosamente estamos preparando sobre cómo viajar por Cuba.

Hola, bienvenido. Te estamos vigilando

Una vez abajo del avión, las autoridades nos hicieron un interrogatorio que se extendió por varios minutos y que varias veces derrapaba sobre las mismas preguntas: ¿De dónde vienen?, ¿Qué vienen a hacer a Cuba?, ¿Qué equipos traen en las mochilas?, ¿En que trabajan? ¿Qué estudiaron? ¿Dónde se van a quedar? ¿Les interesa la historia de Cuba? ¿Y la revolución… les gusta?…. ¿Les interesa? “Ahhh”… ¿Y qué fue lo que estudiaron? ¿Cuántos discos duros traen? ¿Y qué hacen ustedes en Colombia? ¿Tienen una página web? ¿Cómo se llama? “Ahhhh ya” ¿Y dónde es que se van a quedar? “Porque los deben estar esperando afuera”. “No se asusten, sólo son preguntas de rigor. Disfruten su estadía en Cuba, les va a encantar”.

Para todas estas preguntas que nos hizo una chica muy joven y amable tuvimos respuestas. La única que no era una verdad propiamente dicha era la de nuestro lugar de estadía, pues aunque habíamos averiguado algunos lugares y precios por la web, no teníamos la menor idea de a dónde íbamos a parar ese día en La Habana, pues ya teníamos conocimiento de que el taxi desde el aeropuerto hasta el centro de la ciudad tenía un impagable costo de 30 o 40 Euros.

Como dos cubanos más

Hechos los trámites de entrada al país y el cambio de dinero por moneda local, emprendimos caminata hasta Boyero, la primera avenida después del Aeropuerto, donde una ‘Guagua’, como le llaman los cubanos a los buses, tiene un costo de un peso moneda nacional por los dos.

Hago un paréntesis aquí para explicar que en Cuba existen dos monedas: la nacional y la divisa convertible. La nacional, o CUP, debe ser utilizada, en teoría, sólo por los cubanos, pues sus salarios son pagados en esta moneda. Un peso cubano, el precio que esperábamos pagar por el bus luego de nuestra caminata de un poco más de un kilómetro, es equivalente a menos de tres centavos de dólar.

El CUC es la moneda fuerte, la que deben usar los extranjeros y pagar casi todo con ella. Un CUC es igual a 0,80 dólares o a 1,12 Euros.

De vuelta a la ruta, paraban taxis que, antes de decirnos locos por caminar hasta la avenida Boyero bajo el sol de mediodía y con 30 kilos de mochilas a nuestras espaldas, nos ofrecían llevarnos hasta el centro por 15 CUC. Buena oferta, teniendo en cuenta que en la puerta del terminal aéreo tendríamos que pagar más del doble. Pero la puja en la subasta por llevarnos la seguía ganando la guagua, con su oferta de menos de medio dólar por ambos.

Los metros avanzaban y el camino parecía crecer. No se veía nada de nada al final. En una parada técnica, cuando estirábamos los músculos y tratábamos de darnos ánimos mutuos para seguir el camino, se detuvo frente a nosotros un auto clásico, de esos que convierten a La Habana en un museo rodante. Su brillante azul perlado resaltaba entre el verde que crece al lado de la carretera y su conductor, un chico joven, flaco y vestido con pantalones cortos y camiseta sin mangas, nos dijo gritando a través de la ventana del copiloto:

  • “Vamos, los voy a llevar en 10 CUC a la Habana Vieja.
  • “No gracias, andamos cortos de dinero y vamos caminando a Boyero a buscar una guagua”
  • “Es la mejor oferta que van a encontrar, hasta allá es carísimo”
  • “Sí sabemos. Pero gracias de todas formas”

El viejo motor se puso en marcha y no había llegado a tercera velocidad cuando se detuvo. Seguimos caminando a nuestro ritmo, sin afanarnos. Pero la costumbre de recibir sorpresas a cada paso de este viaje nos hizo pensar que uno de los ángeles que suele atravesarse en nuestro camino bien podría ser el conductor de ese Chevrolet Plymounth modelo 1949. El universo, esta vez bajo los cielos de Cuba, volvió a hacer de las suyas para que nuestra incertidumbre se borrara en un solo segundo.

  • “Suban, les voy a hacer una caridad. Sólo denme 5 CUC y los dejo en la parte de La Habana que quieran”

Nos miramos, volvimos a ver el camino interminable, y sin pensarlo más aceptamos el ofrecimiento del desgarbado chofer.

Su nombre es David, tiene 24 años y en ese momento llevaba dos pasajeros en la parte de atrás de su enorme y precioso vehículo. “Los dejo a ellos en la terminal de omnibuses  y vamos donde me digan”. Pero ni siquiera nosotros sabíamos cuál era nuestro destino.

Estuvimos conversando todo el camino. Nos contó que estudió para ser master chef y que, a pesar de que recibió su título, para él lo mejor que le ha pasado en la vida es poder recorrer las calles de su ciudad manejando su ‘Almendrón’, nombre con el que son conocidos los taxis antiguos en Cuba. También les dicen ‘Máquinas’.

Le contamos nuestra situación mientras nos daba un recorrido por la parte más lujosa de la ciudad, donde antes los millonarios y mafiosos tenían sus mansiones, y nos contó que desde “el día en que triunfó la Revolución” se convirtieron en embajadas. La frase entre comillas la escuchamos todos los días, varias veces, durante lo que ha durado nuestra estadía en Cuba.

David llamó a un  amigo suyo preguntándole por una habitación para rentar. No tenía. “Vamos a mi casa y en algo pensamos”, nos dijo.

En Cuba, puede ser un delito que un local hospede a un extranjero sin tener una licencia para rentar su casa, debido a que el turismo es el principal renglón de la economía y esta práctica atenta contra los ingresos del pueblo.

Aun sabiendo esto, y siendo conocedor de que para un cubano cualquier ingreso adicional puede representar sacarse el premio gordo de la lotería, me atreví a insinuarle a David que, siendo él quien nos tendió la mano en el camino, preferíamos pagarle algo si nos hospedaba unos días, mientras resolvíamos algo oficialmente.

Esa noche, luego de una charla y una cena caliente con una familia maravillosa, en la que nos contaron cosas de sus vidas, su país, su cultura y su sistema político,  David nos cedió su habitación, con una cama cómoda, TV y aire acondicionado.

Estas letras las escribo 16 días después desde otro lugar de La Habana, luego de haber conocido mucha gente y haber desnudado a esta impresionante ciudad con nuestros lentes.

Pero como ya todos sabrán, es más fácil ver a George Bush y a Fidel brindando juntos con un mojito que conseguir una buena conexión a internet en esta isla. Por hoy  la historia llega hasta aquí, pero nuestro viaje por Cuba aún no llega a su tercera parte y ya estamos llenos de historias y recomendaciones.

Nos vemos en la segunda parte de nuestra vida como cubanos.