Asunto: Interés en apoyarlos

Hola Lina y Andres:

Recibí de parte de un compañero de trabajo la información que relata lo interesante  y divertido de su proyecto y me gustaría recibir tal vez una propuesta que se pueda aplicar en lograr un intercambio tal vez en estancia en alguna de nuestras propiedades aquí en México.

Como saben Decameron es una cadena colombiana y aquí en México tenemos tres propiedades:

  • Riviera Nayarit (2 hoteles)
  • San José del Cabo / Baja California Sur.

Hasta cuándo estarán en México?

Saludos¡¡

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El mensaje apareció en nuestra bandeja de entrada cuando transcurrían ya los últimos días de nuestra estancia en la Ciudad de México. Corríamos de aquí para allá resolviendo temas mecánicos de La Jebi y haciendo los trámites correspondientes para obtener nuestra visa a Canadá. Ya habíamos escudriñado a fondo el mapa mexicano y trazado una ruta tentativa para finalizar nuestro viaje por el país mientras nos encaminábamos hacia Estados Unidos. Pero este correo sopló fuerte a nuestra veleta, puso a tambalear los planes y recalculamos nuestro norte. 

Luego de varios intercambios de mensajes con la remitente del primer correo, una propuesta  formal del valor agregado que le podíamos ofrecer como viajeros y el ajuste de uno que otro detalle, la ruleta viajera se detuvo en la franja dorada y lo único que debíamos hacer era reclamar el premio mayor. Renunciamos y viajamos eran los invitados de honor de una cadena de hoteles cinco estrellas. 

La propuesta que nos hacían comprendía hacer un recorrido por los tres hoteles que la cadena Decameron tiene en el Pacífico de México, dos de ellos ubicados en la Riviera Nayarit y el otro en San José del Cabo, Baja California Sur. Por cuestiones de tiempo y de desplazamientos elegimos los dos de Nayarit, a pocos minutos de Puerto Vallarta. 

Hasta el momento nuestra historia como viajeros por quince países no había registrado un suceso semejante. Desde que Renunciamos y Viajamos comenzó a rodar por los caminos de América, la mayoría de las veces habíamos tenido que llegar a cada lugar a tocar puertas y aguantar portazos hasta que alguna se abriera; acomodarnos en un rincón disponible de la casa del recién conocido de turno, salir a vender postales y conseguir algo de comer, bien barato, eso sí, para estirar el bolsillo hasta las próximas comidas. Una rutina que fuimos perfeccionando y cuyo guion reescribimos según el escenario. Caminar y caminar hasta aprenderse los nombres de las calles, las caras de los vendedores y los lugares favoritos de los perros callejeros. El viaje sin rumbo fijo es una baraja llena de sorpresas y siempre habíamos jugado nuestra mano para ganar algo que nos permitiera movernos al siguiente lugar en el mapa. Pero esta vez el crupier del destino nos había repartido el rey de oros y la apuesta era por la comodidad y el relax. 

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Tras un viaje de ocho horas desde Guanajuato llegamos al primer destino: el hotel Decameron Los Cocos, en Guayabitos. Desde el primer minuto todo fue un desborde de atenciones. Gerente, recepcionistas, botones y hasta cocineros sabían de nuestra llegada. Nos preguntaban sobre nuestra aventura, se tomaban fotos con La Jebi y hablaban por los radioteléfonos anunciando que los colombianos ya estaban allí. Un buffet con opciones vegetarianas desperdigadas por todo un salón y un par de cervezas frías sellaron el prólogo de esta nueva experiencia.

Nuestra habitación estaba situada en la parte trasera del hotel y en el piso más alto para que nada se interpusiera entre nuestros ojos y el mar. Bastaba con abrir las puertas del balcón y sentir la brisa marina, ver en primer plano el azul intenso de la piscina y al fondo la bahía de Guayabitos tapizada de palmeras y la Peñita de Jaltemba emerger sobre las aguas del Pacífico.

En la noche nos reservaron una mesa en el restaurante a la carta y luego nos fuimos a la playa con un par de tequilas sunrises.

“Mirá todo esto Andre. La vida es muy bonita con nosotros. Nunca hubiera imaginado algo así. Estoy muy orgullosa de nuestro viaje y de la vida que elegimos”, me decía Lina mientras el mar mojaba nuestros pies.

La mañana siguiente la pasamos entre comida, cerveza y cocteles a pedir de boca. Nos hicieron un masaje que nos quitó 20 mil kilómetros de encima y surcamos el mar en el velero del hotel hasta que el agua alcanzó una tonalidad azul turquesa. Entre atenciones desbordadas, un servicio de primera y la amabilidad que caracteriza a los mexicanos, pensábamos que nada mejor podría seguir después de aquel idilio con la vida. Pero estábamos equivocados. Aún faltaba más.

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Entrada la tarde nos movimos 44 kilómetros por toda la costa hasta llegar a Bucerías, donde nos esperaba el Complex Royal Decameron, una urbanización de enormes y coloridos edificios con más de 600 habitaciones  y un sinnúmero de actividades para realizar en sus instalaciones.

Por primera vez en la vida una persona nos acompañó hasta La Jebi, bajó nuestras mochilas y las empujó en un carrito hasta una habitación impecable. El panorama parecía extraído de un comercial de televisión: cama tamaño extra king size, toallas dobladas en forma de cisnes y muñequitos de nieve, aire acondicionado, ventilador y una vista al mar como plagiada de una pintura. Como cambiando un canal con un control remoto, habíamos pasado de secar una de nuestras dos toallas en la carretera con el sol y el viento que entra por la ventana de La Jebi a tener a nuestra disposición un baño con vidrio panorámico, una ruma de toallas esponjosas y con olor a lavanda y otras tantas para secarnos manos y cara.

Nuestros anfitriones fueron la remitente del primer correo, la colombiana Nirma Martínez, directora comercial de Decameron México, y el cubano Abel Medina, gerente del hotel. Las preguntas sobre nuestro viaje no se hicieron esperar y les contamos historias como el día en que llegamos a Cuba y terminamos durmiendo en la casa de un taxista. La cara de Abel se iluminaba más y más con cada narración y no podía creer que hubiésemos pasado casi dos meses en su país, más del tiempo que él mismo tiene permitido por haber migrado.

“Gracias por todo asere (asere significa amigo en Cuba)”, le dije al gerente aún sin saber su cargo. Desde ese momento nos gritaba “Ey asereee”, cada que nos veía. El recuerdo y la nostalgia de un año atrás viviendo como cubanos se hacía presente en cada encuentro”.

Pasar unos días disfrutando el microcosmos creado por un hotel cinco estrellas all inclusive es un gusto que deberíamos darnos por lo menos una vez en la vida. Cinco piscinas, cinco restaurantes a la carta, un spa, cuatro bares con barra libre, un temazcal, un grupo de animadores, discoteca, teatro, cientos de sillas reclinables esparcidas en dos kilómetros de playa, canchas de basquet, tenis, fútbol, boley playa junto al mar, kayaks, embarcaciones no motorizadas, barras de snacks, juegos de mesa, neveras llenas de postres, un bar de deportes con mesas de billar y futbolines… Ningún lugar para la imperfección. 

Cada mañana podíamos elegir entre una gama de comidas en un buffet de unos 40 metros de largo, que incluía varias barras con opciones vegetarianas frescas, una señora que preparaba omelettes con los ingredientes que pidiéramos y un señor que mezclaba en una licuadora las frutas de nuestro antojo con leche, granola, semillas y otras tantas cosas que ni conocíamos pero que según él «son muy saludables patrón».

En las noches teníamos una reservación hecha en un restaurante gourtmet diferente. Hoy italiano. Mañana japonés. Pasado Tailandés. En las listas de invitados aparecían junto a nuestros nombres las siglas VIP (Very Important Person). Y así nos sentíamos, importantes, especiales. Así nos hacían sentir todas esas personas amables y siempre dispuestas a complacer a sus huéspedes en los detalles más mínimos. 

No nos preocupaba cómo se comportaba el dólar, no veíamos noticias ni nos importaba cuánto dinero había en nuestra cartera. El mundo del ‘all inclusive’ es una invisible tarjeta dorada pre pagada en la que todo está al alcance del huésped con sólo desearlo. Bastaba tan sólo con frotar la lámpara y el genio aparecía con su menú mágico para saciar nuestra lujuria gastronómica, etílica y recreativa.

Un día volvimos a la sala de masajes, esta vez juntos, con batas de algodón, en dos camillas, una al lado de la otra, con sonidos de naturaleza grabados y un delicioso aroma esencias florales. Una hora después esas cuatro manos mágicas lograron que nos sintiéramos como un par de recién nacidos.

“¿Todo está bien señor?” “¿Y usted señorita?” “¿Otra cerveza joven? “¿Desea algo más?” “Nos alegra que esté bien” “Es un gusto tenerlos aquí”.

Nos sentíamos como dos monarcas paseando por su reino. ¿Y cómo no hacerlo? ¿A quién no le gusta que lo consientan?

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Como lo nuestro es movernos, Nirma nos ofreció un tour por las islas Marietas, una de las maravillas naturales más reconocidas de México ante el mundo. Fuimos invitados por la empresa HotelBeds a darnos un paseo de ocho horas a bordo de un yate de lujo que, al igual que los hoteles, tenía barra libre de bebidas y comidas, fiesta abordo, show por parte de la tripulación y actividades acuáticas que nos permitirían disfrutar de cerca de las bellezas naturales  del lugar.

Nadamos por una cueva hasta llegar a la impresionante Playa Escondida, una porción de mar que caprichosamente se cuela bajo la caverna y que tiene un gigantesco agujero en la parte superior que deja entrar el sol y se convierte en una ventana hacia el cielo. Hicimos kayak, snorkel, nos zambullimos desde el yate al agua helada y disfrutamos de los lujos con los que esta etapa del viaje nos estaba mimando. Decameron no sólo nos atendía como reyes sino que nos mostraba que para ofrecer un producto impecable como el que estábamos disfrutando hacía falta también un destino ideal. Y desde las islas Marietas nada más podríamos pedirle a la vida.

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Abel tiene 43 años y dejó su amada Cuba hace 13 buscando el amor de Yaneth, una bailarina de su tierra que se fue a México a buscar una vida mejor. Estudió gerencia en turismo en la isla y habla, además del súper contagioso español cubano, inglés, francés e italiano. Llegó a trabajar a Decameron como animador y luego de ganarse el cariño de un público durante más de una década, escaló hasta convertirse en gerente. Está retirado de las tablas como cantante y bailarín desde hace tres años. Pero una noche, en medio de uno de los shows que el hotel ofrece para sus huéspedes, lo vimos aparecer en tarima bajo las luces y en medio de una nube de humo. Bailaba, cantaba y animaba al ritmo de salsa cubana.

“¿Dónde está mi gente de Colombiaaaa?”, gritaba ante un teatro lleno de gente en el cual sólo habíamos dos colombianos: Lina y yo. “Eyy asere, ahí estás”, remató.

Pues resulta que el gerente del hotel se vistió con su antigua gala de animador para nosotros, para que viviéramos uno de los mejores espectáculos artísticos de todo México alentado por él y dirigido por su esposa Yaneth, la coreógrafa del hotel. Cada noche hay un show diferente, y los que nosotros tuvimos la oportunidad de ver son alucinantes. Noches mexicanas que hacen un recorrido milimétrico por los ritmos y trajes típicos de todo el país. Galas latinas como la que Abel animaba para nosotros, donde la salsa es la reina y su amada Cuba, nuestra amada Cuba, se roba gran parte de los aplausos. Incluso, por indicación del gerente, los bailarines me invitaron a subir a la tarima en medio de mi insistente “no, yo no sé bailar” y “no me vas a poner a bailar porfa”. Entre los más de 10 artistas cubanos, mexicanos y colombianos que conforman el equipo, me hicieron una especie de exorcismo cubano entre rezos y risas.

“Ahí te lo devuelvo completico como me lo entregaste mami”, le decía una de las cubanas a Lina. Y al bajar un canadiense sentado entre el público me dijo: “que suerte que tienes amigo”

Y vaya que tenemos suerte. La fortuna no nos ha soltado la mano desde el primer día en que puse en marcha La Jebi y partimos hacia ningún lugar.

Esta experiencia de tantos lujos, esta alfombra roja que se desenrolló después de un intercambio de mensajes con una desconocida, por enorme y deslumbrante que parezca, es una pequeña parte de todo lo que disfrutamos la vida luego de haber elegido ser dos personas libres. Es uno de los pequeños premios que a diario recibimos por levantarnos cada mañana a buscar experiencias, a vivir aventuras y a trabajar duro por contarlas con la mejor calidad posible en la página web que usted lee en este momento.

Porque al final de cuentas la vida misma puede ofrecernos una experiencia cinco estrellas si encontramos un equilibrio entre ser buenas personas, tomar riesgos y trabajar duro.

Salimos de Decameron con unos kilos de más, unos nudos en la espalda de menos y un muro de recuerdos levantado cuidadosamente, ladrillo a ladrillo, por cada una de las personas que con una sonrisa y una buena actitud hicieron de nuestra estancia algo que no vamos a olvidar. Por la atención de Ramón el gerente de Cocos. Por los daiquiris de fresa de Ruth la señora de los cocteles junto a la playa. Por las bienvenidas de Carlos el capitán del restaurante tailandés. Por las manos mágicas de Esmeralda la masajista. Por Gibran el mesero. Por la amistad que nos brindaron Nirma y Abel.

Y por Andrés, el compañero de trabajo de Nirma que no pudimos conocer porque ya había finalizado sus días de labores en Decameron. Porque un día llegamos al muro de su Facebook y sin saberlo depositó su confianza en esta pareja de viajeros para convertirse en los portadores de la buena imagen de su empresa. Esperamos que este texto llegue a su pantalla y que lo disfrute tanto como nosotros disfrutamos haciéndolo.