No son pocas las características que convirtieron a este pequeño pueblo cafetero de vida apacible, ubicado en el departamento del Quindío, en una de las mecas del turismo y en centro de llegada de viajeros de todo el planeta que buscan cultura y ecología en un mismo lugar.

Casitas de construcciones tradicionales, al estilo de los pueblos paisas de antaño. Puertas y ventanas multicolores adornadas con flores que desbordan sus balcones. Calles pequeñas con aroma a café las 24 horas del día, un mirador al que se llega luego de subir unas cuantas escaleras y, como es frecuente en todo el eje cafetero, gente extremadamente amable.

A Salento llegamos provenientes de Pijao, el llamado Pueblo sin prisa de Colombia. Y aunque ambos lugares conservan los rasgos fundamentales de los pueblos cafeteros en nuestro país, desde hace algunos años Salento adquirió el renombre de sitio turístico ineludible a la hora de viajar por Colombia, lo que atrajo grandes capitales de inversionistas que cambiaron las dinámicas de vida.

Ofrecen de todo. Viajes a tal o cual parte, deportes extremos, truchas, cabalgatas, hoteles lujosos escondidos tras las fachadas antiguas, artesanías, ropas, bicicletas, motos… así es la vida en un lugar cuando los turistas lo descubren y llegan como hormigas.

Pero no hay excusas para no pasar por Salento y enamorarse de su magia. Es un lugar hermoso que se puede recorrer completo en un par de horas y que ofrece maravillas naturales a su alrededor dignas de ser conocidas. Está envuelto en un ambiente que invita a quedarse a vivir.

Como nos ha venido pasando a lo largo de todo nuestro viaje, en Salento encontramos oportunidades fáciles para hospedarnos y trabajar un poco. Pero nada de esto hubiese sido posible sin la amabilidad y la buena disposición de la gente, siempre lista para darles una mano a los viajeros que pasan por su tierra.

Arribamos, como casi siempre, a la plaza principal del pueblo, donde un chico llamado Luis nos preguntó si buscábamos hospedaje o comida. Como ya es nuestra costumbre, contamos nuestra historia, le dijimos que tenemos una página web a través de la cual mucha gente nos sigue y lee nuestras historias, y le ofrecimos servicios fotográficos y publicitarios para su hotel.

Nos llevó al restaurante de su mamá para que habláramos con ella y casualmente nos dijo que estaba buscando alguien que tomara unas fotos lindas y le ayudara con las redes sociales de su Finca-Hotel. El trato: tres días de hospedaje y alimentación a cambio de nuestros servicios.

Conocimos el pueblo, interactuamos con la gente, vendimos nuestras postales y hasta cruzamos caminos con los chicos de Musicombiando, otros viajeros colombianos que recorren el continente a bordo de una Kombi Wolskvagen Westfalia impecablemente arreglada, en la que viven y cocinan como nosotros en La Jebi, pero además hacen música en el camino.

Capítulo aparte merece el lugar a las afueras de Salento que se lleva todos los elogios de quien pisa su tierra: el Valle del Cocora, la cuna de la Palma de Cera, el majestuoso árbol nacional de  80 metros.

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Salento, como cada lugar por el que pasamos en este largo camino hacia Alaska, no sólo nos dejó fotografías archivadas en ese pequeño anaquel electrónico que a veces representa la memoria de nuestra cámara. Salento fue aprendizaje. Salento fue cultura. Salento fue naturaleza. Salento fue descubrirnos y reinventarnos haciendo lo que nos gusta para poder seguir viajando. Salento fue una huella más en nuestro camino.