Llegamos a Venezuela y media hora después ya estábamos  de vuelta en el lado colombiano de la frontera. No hicimos el papeleo correspondiente, no sellamos nuestros pasaportes ni buscamos qué documentos pedían para legaizar el paso de La Jebi.

Fuimos simplemente a percibir, a mirar, a olfatear, a observar. A pasar junto a la casa del vecino. A buscar motivos que nos dieran la razón sobre la decisión que días atrás habíamos tomado con una tristeza enorme; con dolor de suramericanos. No vamos a ir a Venezuela, al menos no por ahora.

Eran cerca de las 2:30 p.m. de uno de los últimos días de 2014. Llegamos a la frontera entre el municipio de Paraguachón, en la Guajira colombiana, y el estado de Maracaibo, en Venezuela. El sol y el viento hacían su trabajo con toda la rudeza posible: quemaban y soplaban sin tregua. El paso fronterizo daba aspecto de tierra de nadie, de película del viejo oeste.

Sucio, abandonado. Los cerdos peleaban por la basura del lugar y los pimpineros levantaban sus mangueras al aire para vender su gasolina ilegal a los conductores. Mientras nosotros, cámara en mano, hacíamos lo nuestro.

“Te recomiendo que bajes esa cámara y la escondas. Si la Guardia (venezolana) te llega a ver, te la rompe enseguida”, nos dijo un tipo flaco, sudoroso y de ropas tan sucias como los perros que merodeaban el lugar.

Desde que este viaje empezó a tomar forma, aún en nuestras casas, y mucho antes de bautizarnos como Renunciamos y Viajamos, pensábamos que Venezuela iba a ser nuestro segundo destino después de recorrer Colombia, y la idea nos emocionaba por varias razones.

La primera de ellas es que sabemos, por nuestros amigos viajeros y por la información que se puede conseguir en la web, que nuestro vecino del norte es un país increíble, lleno de gente amable, paisajes hermosos y ciudades que respiran cultura en cada esquina.

Nos atrajo mucho la idea de conocer una nación que por diferentes motivos ha sido tan mencionada en todo el planeta, y muchos de nuestros amigos y seguidores en las redes sociales nos han escrito invitándonos a conocer su país y ofreciéndonos un lugar donde quedarnos.

Y como si estos motivos no fueran suficientes, la gasolina en Venezuela es tan barata y el dinero rinde tanto que el presupuesto alcanzaba para recorrer el país de punta a punta, con comodidades que en otras partes de América no hubiésemos alcanzado ni siquiera a soñar.

Pero en esto de los viajes no hay nada escrito, aunque todo esté planeado. Y en el camino las noticias sobre los sucesos en Venezuela se encargaban de a poco de arrancarnos las ganas de visitarla, hasta llegar al punto de hacernos abortar nuestro plan.

Nada tienen que ver las protestas y las calles incendiadas que los medios se encargaron de exagerar u ocultar, cada uno a su manera.Creemos que los conflictos políticos internos de un país no son ni serán un impedimento para aprender de su cultura, conocer a su gente y disfrutar de sus paisajes. Como colombianos es algo que podemos asegurar y con lo que hemos vivido toda nuestra vida.

Pero no fueron pocas las veces que escuchamos y leímos historias del infortunio que significa ser colombiano en Venezuela. Ya se volvieron costumbre las noticias en la televisión y los diarios sobre compatriotas nuestros encarcelados y maltratados en las cárceles vecinas, acusados de uno u otro delito y sin comprobárseles ninguna culpabilidad.

Contrabando, espionaje, robo, entre otros motivos, alejan a los nuestros de sus casas por varios meses y los dejan reseñados como delincuentes, sin derecho a abogados colombianos  y mucho menos a ver a sus familias. Hasta allá parecen haber llegado las rencillas entre nuestros dirigentes.

Dicen, por ejemplo, que la Guardia venezolana suele tomar decisiones arbitrarias sobre lo que es y lo que no es contrabando. 

Entonces, podrían pedirte documentos que respalden las compras legales de tus artículos personales, o tus equipos de trabajo. Y si no los tienes, días tristes te podrían esperar.

Se oye que tratan de compensar sus salarios  y cuadrar caja a final de mes pidiendo coimas a quienes viajan, so pena de recibir sanciones, perder su vehículo e incluso su libertad. Nosotros, simplemente, preferimos no comprobarlo en carne propia.

Así registraron esta realidad los medios colombianos  durante los últimos meses:

 

Este viaje apenas comienza, y para nosotros Venezuela es una de esas puertas que dejamos abiertas y por la que esperamos entrar nuevamente, pero esta vez para quedarnos y disfrutar de las maravillas que tiene para ofrecernos.

Los gobernantes van y vienen, así como las leyes y las autoridades. El pueblo sigue y bien dice el dicho que en juego largo hay desquite. Para nuestro caso, el viaje es largo y el mundo se hace pequeño cuando te animas a recorrerlo.

Gracias a quienes nos siguen y nos escriben constantemente desde nuestro hermano país. Ya habrán días más tranquilos para nuestro encuentro.