Por: Lina

Recuerdan aquel episodio del Chavo del ocho en donde le decían  “no te vayas chavo, no te vayas” , pues así me sentí cuando escuchaba a las 66 personas a mi cargo diciendo algo parecido en la última semana de labores. Les confieso que yo era una persona feliz trabajando pero mis motivos para renunciar no fueron otros que querer vivir una experiencia fantástica atravesando fronteras, escuchar idiomas, conocer otras culturas, modificar hábitos, sentir nuevos sabores. Para lograrlo, inevitablemente, debía decir adiós.

Fueron siete años los que hice parte de una de las compañías de lácteos más reconocidas de Colombia. Me desempeñaba como jefe de logística y tenía un batallón de personas a mi cargo. Pero el momento de tomar decisiones llegó y el reloj marcó la hora de dar un cambio, de hacer un alto en el camino y evaluar si lo que estaba haciendo era lo que quería para el resto de mi vida.

No todo era trabajo, habían momentos para divertirse y pasarla bien

Mientras se llegaba el día de pararme frente al vacío y dar ese paso que tanto tiempo estuve esperando, en mis entrañas se mezclaba un coctel de sentimientos encontrados; que dicho sea de paso, por poco me enloquecen. Melancolía, temor, incertidumbre, angustia, ansiedad, se batían en una lucha sin tregua contra mi sueño viajero.

Pero no había forma de echarse para atrás. Ya eran miles los que en las redes sociales esperaban nuestra partida, la web que leen en este momento era una realidad y La Jebi empezaba a ser modificada. Renunciamos y viajamos era mi nueva realidad y este difícil paso era indispensable para empezar a darle rienda suelta a este proyecto.

El día se acercaba y yo evadía la realidad para cerrarle la puerta a las lágrimas. No decía adiós, cuanto tocaban el tema de mi partida lo cambiaba de inmediato y trataba de hacer mis labores como si mi carta de renuncia no estuviera firmada y aprobada.

Díficil es decir adiós a las personas con las que tanto tiempo compartiste y al lugar que consideraste como tu segundo hogar

El momento llegó y por fin se desató el nudo en mi garganta, el mismo que amarraba la tristeza de dejar la empresa que fue mi segundo hogar, mis compañeros, mis amigos. Pero la emoción del cambio autoimpuesto y los buenos deseos de todos para esta nueva aventura hicieron de ese último instante uno de mis mejores días como empleada. Horas después, el Facebook y el twitter de Renunciamos y Viajamos estaba lleno de mensajes buena onda escritos por mis ahora excompañeros. Eso, y las enormes botas de trekking que recibí de regalo de despedida por parte de mi equipo de trabajo, fueron los mejores síntomas de que me fui por la puerta grande y con la satisfacción del deber cumplido.

Ahora, ya afuera, mi vida se pintará cada día con colores distintos, conoceré las personas que quiero conocer, compartiré con los que quiero compartir. Cada día será distinto y yo, y nadie más que yo seré la dueña de mi destino. Los momentos en los que mi decisión de renunciar y viajar sea puesta a prueba tal vez no se hagan esperar, y más aún cuando este tipo de viaje se hace dando palos de ciego. Pero confío en mí y en lo que soy, lucharé para alcanzar mi sueño y enfrentaré mis miedos.

Si hubiese sabido lo bien que me iba a sentir el último día de trabajo, hubiera renunciado varias veces. Las demostraciones de cariño y de aprecio fueron más de lo que esperaba. Mi gratitud para los amigos que quedan no alcanzaría a ser repartida ni desde aquí hasta Alaska.