-«Salud y buena pinta», dijo el taita.

-«Salud y buena pinta», repitieron todos al interior de la maloca.

Eran las 11:03 de la noche del viernes 22 de marzo de 2014 cuando recibí con las dos manos un cuenco lleno del brebaje negro y espeso. Lo sostuve un par de segundos y luego lo bebí de un solo sorbo para evitar saborear la poción. Es amarga y la sensación en la boca solo pude compararla con ingerir un vaso de lodo. Evité las arcadas y volví a mi lugar. Cinco minutos después, Lina haría lo propio.

La cita se llevó a cabo en una finca en zona rural de Candelaria, un municipio ubicado aproximadamente a una hora de camino entre carreteras destapadas y cañaduzales desde nuestra casa en Palmira. El lugar es propiedad del taita Jorge Fori, un hombre que ya debe merodear los 60 años y que a primera vista rompe con el estereotipo que uno podría tener de un personaje dedicado a este tipo de actividades. Viste blue jean, zapatillas y camiseta, no tiene penacho de plumas en su cabeza ni se cuelga un poncho tejido al interior de la selva. Nos llevó al lugar a bordo de su campero, en el que viajaban también su hijo de 7 años (que también toma yagé) y  cuatro personas más.

Una vez en la finca, iluminada por las estrellas y la luna que nos dejaba un cielo despejado, los demás convocados a la cita fueron llegando. Cuando el último de ellos hizo su arribo éramos 15 en total. Todo estaba listo.

-“Salud y buena pinta”, ahora era el turno de Lina.

-“Salud y buena pinta”, repetimos todos al unísono.

Ya los dos teníamos el yagé en nuestro organismo. Sólo restaba esperar a que su efecto se apoderara de nosotros. Nos acostamos juntos pero en pocos minutos ya estábamos separados, cada uno por su lado. Nos habían recomendado no inmiscuirnos en el viaje del otro. Estábamos juntos en esta experiencia, pero no revueltos.

Y así se los vamos a contar. Como ningún viaje de yagé es parecido a otro, esta vez son dos historias las que vamos teclear.

Un encuentro fuera de este mundo

Por: Lina

Es normal tenerle miedo a lo desconocido, me repetía una y otra vez. Mi primera experiencia con el yagé me llevó a límites inexplicables, a reconocerme a través de emociones nunca antes exploradas. Fue algo así como encontrarme con mi otro yo partido en dos, una parte que deseaba y otra a la que le temía.

La noche auguraba una espléndida experiencia. Cuando bebí la medicina, como es llamado el Yagé por aquellas personas con las que estábamos, sentí como si estuviera tragando un licuado amargo de barro, ramas y hojas. Me habían advertido que debía esperar su efecto con tranquilidad, recostada sobre las esteras dentro de la maloca. “Pase lo que pase, llegue lo que llegue, siempre quédese quieta”, había dicho el taita minutos antes.

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A la luz de unas cuantas velas, el taita nos explica las sensaciones que estamos a punto de atravesar y com debemos llevarlas.

Mi primera sensación bajo el efecto de la sustancia no era precisamente lo que esperaba. Una angustia profunda se apoderó de mí, mi garganta se convirtió en un nudo ciego y empecé a llorar inconsolablemente. Perdí la noción del tiempo y, sin darme cuenta, estaba a bordo de una borrachera que jamás había sentido. A cada paso que trataba de dar me sentía atada a un trompo que daba vueltas incesantemente.

En mi trance, empecé a sentir una conexión con el mundo, mis sentidos se agudizaron cada vez más; los sonidos a mi alrededor estaban amplificados y la tierra y yo éramos uno solo. Cerrar los ojos me llevaba a otro mundo, a un mundo pintado de colores que jamás había visto, colores que daban forma a imágenes conocidas y a otras desconocidas. Mientras tanto, en mi estómago caminaba una bola de fuego que me quemaba, me sentía morir por un instante. No sé cuánto tiempo habrá pasado, pero fue el suficiente para reconocerme como una persona que tuvo la fortuna de enfrentar sus miedos y de conectarse profundamente con su mundo.

Fue una experiencia maravillosa puedo asegurar que permanecerá imborrable en mi memoria. Es cierto eso que dicen de que tu vida se parte en dos antes de tomar la medicina y después de hacerlo. Ahora no soy la misma. Dicen que el yagé es un camino sin retorno. Y creo que es un camino que seguiré andando.

Yagé, mi viaje antes de viajar

Por: Andrés

Me declaro absolutamente escéptico ante todo lo que no pueda comprobar con mis propios ojos, debo decir antes que todo. Para mí, una buena energía es la que hace que mi ipod se cargue por completo, y una mala es, por ejemplo, la que causó que se quemaran todas las luces de navidad en casa de mi abuela Teresa, luego de que se me diera por amarrar los cables sueltos uno con otro indiscriminadamente, algún diciembre hace algunos años. Pero créanme, desde que probé el yagé algo ha cambiado en mí.

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El yage es una bebida tradicional indígena. Es preparada a base del bejuco de ayahuasca, una planta sagrada de gran poder, originaria del Amazonas.

Cerca de diez minutos pasaron desde mi ingesta. Estoy a la intemperie recostado en una banca improvisada a base de guadua y, de pronto, PUM!!! Bajo mis párpados estalló una bomba de colores y se apoderó de mí una nube de sensaciones sicodélicas que me impedían reconocerme. De repente sentí una borrachera que solo podría producir un litro de aguardiente bebido de un solo envión y ahí, inmóvil, empecé a  flotar y a dar vueltas en esta dimensión interna, desconocida, como si volara por el espacio rompiendo con mi cara vitrales saturados con tonos surreales. Las náuseas llegaron pronto y con ellas un vómito gutural, como amplificado en Dolby 5.1. Todos los presentes parecíamos sincronizados, cada uno por su lado purgaba su cuerpo.

Mi mente se convirtió en una cueva con recovecos en los que entraba y salía con respuestas, con lucidez y con claridad. Con respeto y perdón. La música interpretada por el taita con una armónica e instrumentos de percusión  guiaba mi viaje y de a poco los colores fueron desapareciendo. La luz del nuevo día me sorprendió al salir de la choza y ahí entra la parte inexplicable: me sentía una nueva persona, tocada por algo mágico que me entregaba al planeta mucho más tranquilo, renovado, reconciliado. Vívalo por usted mismo. Solo de esa forma podrá comprender a qué me refiero.

Dicen los expertos en el tema, que ningún viaje de yagé es igual a otro. Así hayas tomado un millón de veces, siempre tendrás una nueva experiencia. Esta era la tercera vez que asistía a este ritual. Seguro no será la última, pero de lejos la compañía de Lina la hizo la mejor.