El nuevo sello que se estampaba en nuestros pasaportes sonó como una claqueta. Guatemala era la película que empezábamos a  rodar con un guion completamente en blanco pero lleno de expectativas y una lista enorme de locaciones que queríamos visitar desde el primer día de nuestro viaje. Atrás quedaba el infernal calor de El Salvador y mientras La Jebi subía por las montañas guatemaltecas los vientos fríos se colaban por nuestras ventanas. En este link puede leer las crónicas de nuestro paso por El Salvador.

Habíamos esquivado cerca de dos horas de baches por carreteras desastrosas y cada vez estábamos más cerca de la ciudad capital. Llovía torrencialmente mientras tratábamos de  captar ondas hertzianas que transmitieran noticias de  nuestro nuevo país. De pronto, una gran camioneta azul nos cerró en una bahía y nos hizo señas para que nos detuviéramos. No tuve mucho tiempo para pensarlo y hundí mi pie en el freno como primer reflejo.

Aún con un rezago de lluvia, del vehículo que teníamos frente al parabrisas bajó una pareja corriendo hacia nosotros. Por mi lado se acercó un hombre con una gorra en su cabeza que revelaba un cabello tan canoso como escaso, mientras que Lina  fue abordada en su ventana por una chica joven de melena larga y abundante, maquillada y haciendo equilibrio con sus tacones sobre la calle mojada.

–                  “Holaaaa. Bienvenidos a Guatemalaaaa”, dijeron efusivamente al unísono.

Antes de entrar al país nuestro GPS había recibido el comando de guiarnos hasta La Antigua, una preciosa ciudad a tan sólo 30 kilómetros de Ciudad de Guatemala que es conocida mundialmente por su arquitectura colonial y por ser epicentro de viajeros de todas partes del planeta. A falta de contactos en la gran ciudad, habíamos preferido probar suerte en el famoso pueblo de colores, calles empedradas y volcanes.

Como un chasquido de dedos en la cara, el encuentro con esta pareja chapina (chapines se les dice a los guatemaltecos) no sólo cambió nuestro destino, sino que menos de dos horas después de haber entrado a su país nos presentaban un menú en el que el plato fuerte era la excesiva hospitalidad y amabilidad de su pueblo.

–               “Conocemos su página y nos alegra que estén aquí”, siguió la conversación. “¿Para dónde van?”

–                      “Vamos para La Antigua”, les dije.

–                   “Ala que lástima. Porque nosotros tenemos una casa aquí cerca y queremos que se queden allí. Si quieren vamos, o si no, cuando vuelvan de La Antigua los esperamos”.

Antes de atinar una respuesta, Lina y yo cruzamos esas miradas que se han vuelto habituales cada que no podemos creer la coraza inverosímil que reviste nuestra suerte.

–                 “Aceptamos, gracias. Vamos de una vez”, les dijimosSubieron a la camioneta azul y nos pidieron que los siguiéramos.

Aquí puede leer la vez que un taxista Cubano nos rescató y nos llevó a dormir en su casa.

Condujimos tras nuestros nuevos anfitriones aún sin saber sus nombres. Ya en su casa nos enteraríamos que son Yuri y Treici, él de 47 y ella de 23, que son esposos hace siete años y que tienen una hija de un año y medio que está aprendiendo a decir sus primeras palabras. Nos instalaron en el cuarto de los niños; yo dormiría en la cama con cobertor de Spider Man y Lina en la de  las princesas.

Nos dijeron que durante los próximos días la enorme vivienda de tres pisos iba a estar sola para nosotros, pues ellos viven en una finca a ocho kilómetros de distancia, y que podíamos utilizar lo que quisiéramos de la nevera y la alacena, ambas repletas de delicias.

Nos dieron un recorrido por el condominio, que remataba su nombre con la chapa de ‘country club’. Canchas de basket, tennis, fútbol, piscina climatizada y gimnasio, eran algunas de los beneficios que teníamos a nuestra disposición. En pocas horas, se empezaban a escribir escenas para el guion de esta nueva peli viajera que tomaba tintes de historia fantástica.

Pero la bienvenida aún no había terminado.

“La plata es lo de menos cuando uno quiere vivir”

Fuimos los cuatro en su carro hasta el centro comercial más cercano y regresamos con una botella de aguardiente colombiano, según ellos, porque querían recibirnos a la altura y hacernos sentir como en casa.

Si Yuri y Treici se habían presentado en nuestro viaje como la cara amable de la gente guatemalteca, ese mismo día, y por única vez durante todo nuestro viaje, también vimos de reojo a uno de los males que aquejan al país desde hace varios años. Justo antes de entrar con nuestros nuevos amigos al supermercado, un hombre bajaba de una gigantesca camioneta Hummer color naranja oscuro, ostentando en su cinto una enorme y lujosa pistola plateada cuya cacha era exactamente del color de la camioneta. Mostraba orgulloso su vanidad mafiosa como si se tratase de algo tan sencillo como combinar el color de sus zapatos y su cinturón.

–               “¿Si viste a aquel tipo de la Hummer?”, me preguntó Yuri. “Vos que venís de Colombia ya sabés a qué me refiero. De esos se ven muchos por estos días en Guatemala, deben tener cuidado”.

Ya en casa, y con unos aguardientes entre pecho y espalda, Yuri nos contó que le encanta viajar y que de vez en cuando agarra sus maletas y busca destinos “locos así como el de ustedes”. También nos dijo que es Bombero Voluntario desde hace muchos años, que es líder de una orquesta musical y que una de sus pasiones es servir a la gente. Ya no hacían falta más pruebas para demostrarlo.

Nos habló acerca de su familia, nos dijo que tiene 8 hijos de diferentes esposas y, con una tranquilidad que le hacía contrapeso a su dolorosa narración, contó que hacía poco había perdido en un accidente de motocicleta al hijo que levantó él sólo tras el abandono de su pareja.

–             “Fijate, hace poco logré hacer un negocio muy bueno y le dije a la familia que nos fuéramos para Estados Unidos de paseo. No me importó gastarme toda la plata que tenía en ese momento, lo único que quería era disfrutar de su compañía. La plata es lo de menos cuando uno quiere vivir. Porque a veces creo que me voy a morir pronto y debo aprovecharlos lo más que pueda. Y ese viaje fue muy especial con mi hijo, fuimos a los casinos de Las Vegas, nos emborrachamos y lo sentí muy cercano. Pensaba que me estaba despidiendo porque me iba morir y mirá, resultó que tenía razón, en parte. Menos de un mes después se subió a esa moto y se mató. Sólo tenía 19 años pero lo amé y lo disfruté desde bebé”, contaba entre trago y trago.

Así, nuestro primer día en el país del corazón Maya terminaba con una inmensa alegría en el alma y un leve mareo en la cabeza.

De aquí para allá y los días diplomáticos

Aparte del maravilloso viaje que prometía Guatemala, nuestra presencia en el país significaba algunos retos que nos habíamos impuesto. Como hicimos tantas veces durante este primer año de viaje, debíamos tocar puertas aquí y allá mostrando nuestro proyecto viajero en pro de realizar intercambios publicitarios que nos permitieran seguir avanzando. Además, desde que pasamos por Costa Rica no había una agencia Renault a la cual llevar La Jebi para una revisión. Los  kilómetros que quedaron atrás ya le estaban pasando cuenta de cobro a nuestra nave y esa era una de las tareas que queríamos cumplir.

No siendo esto poco, y ya casi a la mitad del camino para alcanzar nuestra meta, aún tenemos un asunto muy serio que resolver para llegar a Alaska: la visa canadiense. Tras atravesar varios países sin algún consulado de  Canadá, Guatemala se presentaba como una oportunidad para tapar este bache burocrático que tiene nuestro sueño de llegar al lugar más al norte del continente.

Y con la hermosa casa de Yuri y Treici como base, íbamos y veníamos de la ciudad capital más grande y convulsionada de toda Centroamérica.

Ciudad de Guatemala tiene más de cinco millones de habitantes y por sus calles ruedan más de un millón de carros. El tráfico por esta urbe rodeada de volcanes suele tornarse IN-SO-POR-TA-BLE varias veces al día, y llegar desde nuestra casa a las afueras de la ciudad era un calvario que debíamos soportar armados de paciencia y una buena cara que no duraría mucho.

De vez en cuando el GPS nos mandaba por lugares que ya no existen y en cada cuadra La Jebi se veía envuelta en una nube de humo negro y espeso exhalado por los ‘chicken buses’, los viejos buses escolares gringos que fueron traídos a Centroamérica para ser enlucidos con pinturas de colores y cromados relucientes. Pero sus tubos de escape son la boca de un viejo dragón enfermo y quedar detrás de ellos es darse una inyección de contaminación y hollín directa a los pulmones.

Contrario a lo que esperábamos teniendo en cuenta las muestras sobresalientes de amabilidad chapina, a los encargados de Renault en Guatemala pareció no interesarles mucho que una pareja de locos esté empeñada en darle la vuelta al mundo en un carro de su marca, y por primera vez en este viaje nuestros acercamientos pidiendo una mano amiga para La Jebi no fueron muy fructíferos. Al menos no en los primeros cuatro o cinco intentos.

Por otra parte, nuestra visita al consulado canadiense nos dejó más dudas que certezas, pues nos dijeron que debíamos dejar la solicitud de visa y que 25 días hábiles después obtendríamos una respuesta –buena o mala-, tiempo durante el cual ellos se quedarían con nuestros pasaportes.

Decidimos ir a la Embajada de Colombia en Guatemala, ubicada a unas pocas cuadras de distancia, en busca de asesoría y de paso a contarles a nuestros compatriotas sobre nuestro viaje. Lo que no esperábamos era que esa visita fuera a ser el punto de giro en esta ‘road movie’, que haría de nuestro periplo por tierra guatemalteca una experiencia como ninguna otra que hayamos vivido.

Mientras yo esperaba en la acera dentro de La Jebi, Lina entró por la puerta que sostenía el escudo de nuestra patria, y en menos de tres minutos el guardia estaba abriendo el garaje y haciéndome señas de que entrara con el carro. Rafael Lizarazu, el Ministro Consejero fue el primer funcionario en escuchar nuestra historia. Incrédulo aún, nos hizo seguir y nos dijo que el Embajador estaba por llegar.

A su llegada, tuvimos una reunión con el tridente que representa la diplomacia colombiana en el Guatemala: el propio Embajador Carlos Manuel Pulido, el Ministro asesor que nos dio la bienvenida minutos atrás, y el Cónsul Bernardo Luque. Atentos escuchaban nuestras historias. No creían que un par de profesionales dejaran sus trabajos para irse a vivir en un carro, ni que en ese carro hubiesen llegado hasta esa embajada.

Les mostramos nuestra web, les contamos sobre nuestra economía postalera (Aquí le contamos cómo vivimos viajando sin ser millonarios) y hasta compraron algunas de nuestras fotos. Despojados de cualquier soberbia diplomática, todos hacían preguntas de todo tipo, emocionados lanzaban ideas para realizar proyectos y nos ofrecían el apoyo incondicional de la Embajada para llevarlos a cabo.

De todas las ideas, cada una mejor que la anterior, nos quedamos con una oportunidad que estábamos esperando desde que empezamos a viajar  con un ojo entrecerrado y el otro atento al visor de nuestra cámara: una exposición fotográfica. Podía hacerse en la sede de la Embajada. O aire libre. O podríamos vender nuestras fotos a mucha gente y así seguir nuestro camino con algo de dinero.

–              “Váyanse a recorrer Guatemala y cuando vuelvan todo va a estar listo”, dijo el Ministro Lizarazu.

–                 “Dejáme yo me llevo estas postales y las muestro en un almuerzo con empresarios que tengo ahora. Vas a ver que de ahí sale algo”, agregó el Embajador.

La tarde finalizó con un exquisito almuerzo con el Cónsul en Cayalá, el centro comercial más hermoso y novedoso que hayamos visto en cualquier lugar. Parecía un lugar sacado de una postal europea.

Si hubiésemos planeado con detalle alguno de estos encuentros seguramente ninguno hubiese visto un buen fin. Pero así funciona esto de lanzarse al vacío y esperar a que un paracaídas se abra en el camino. Un día renunciás a tu trabajo, otro día te despedís de tu familia para irte a Alaska y otro día recibes un espaldarazo diplomático. Cosas que sólo pasan fuera de la oficina.

Por aquellos días el país estaba revolucionado. El pueblo estaba alzado en banderas, arengas y protestas. Pedían a viva vos la renuncia del presidente Otto Pérez Molina y la destitución de congresistas y ministros involucrados en multimillonarios escándalos de corrupción inocultables. Nosotros sentíamos el furor del cambio en la calle y recorríamos los espacios históricos de la ciudad aprendiendo del ejemplo de protesta pacífica que al cabo de unos días terminaría con la Vicepresidenta Roxana Baldetti presa y el Presidente también tras las rejas.

Además de la esperanza de una exposición fotográfica que crecía en nosotros, dos oportunidades se concretaron antes de empezar nuestro viaje por el interior del país. Luego de un par de reuniones, Telefónica Movistar se ofreció a patrocinar nuestro proyecto con un teléfono para llamar 200 minutos mensuales a 20 países y un módem de internet móvil para estar conectados permanentemente.

Y no siendo esto poco, gracias a la gestión de los diplomáticos colombianos, el Inguat –Instituto Guatemaleco de Turismo- nos recibió como estrellas de rock. Nos dieron regalos, convocaron a sus medios de prensa para hacernos entrevistas y enviaron un comunicado a todas las sedes del país para que nos recibieran, nos guiaran y nos dejaran entrar sin costo a las grandes atracciones turísticas del territorio nacional. Entendieron sin mucho esfuerzo el valor que tiene para el turismo de su país el hecho de dejar una imagen positiva ante personas que viajan por el mundo y al mismo tiempo son una caja de resonancia de las experiencias que viven.

‘Guatelinda’, así es conocida esta tierra de gente amable entre los viajeros que se dejaron atrapar por su magia. Para nosotros, esta película que empezaba a rodarse era la confirmación de que Renunciar y Viajar fue la decisión de nuestras vidas. Si el mundo está lleno de lugares como Guatemala y de gente como los chapines, no tenemos duda al asegurar que queremos conocerlo hasta el último rincón.