Hace ocho meses, cuenta la gente aquí en Costa Rica, un hombre nicaragüense se pegó la última farra de su vida el día en que perdió su trabajo. Ese día se fue de fiesta con un ex compañero y al caer la noche, borrachísimos, tomaron un bus desde el municipio de Parrita hacia San José, la capital.

En el camino, se dice, ambos fueron echados del bus por los problemas que armaron al interior. Molestaron a los pasajeros a tal punto que el conductor detuvo el vehículo en los paradores aledaños al río Tárcoles para que estos dos personajes se bajaran y se dejaran de importunar a los demás.

Pues resulta que al ‘Nica’, como les dicen acá a los oriundos de Nicaragua, el alcohol le otorgó tales súper poderes que se quitó la ropa en la oscuridad de la noche y bajó a darse un chapuzón al río. Con una linterna los testigos del hecho, que trataron de impedir la tamaña idiotez que iba a cometer, vieron como una pandilla de cocodrilos gigantes lo atacaron, lo despedazaron y se sumergieron con sus restos en pocos segundos.

“Vayan al Tárcoles para que vean los cocodrilos y se imaginen semejante escena”, nos dijo el administrador del hotel en el que pasamos tres días en Quepos.

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Pues como en Costa Rica todo queda cerca, y aprovechando que el famosísimo río quedaba en nuestro camino hacia la ciudad de Alajuela, hasta allá fuimos en un día soleado. Antes de llegar al puente el GPS ya lo anunciaba como “el puente de los cocodrilos” y, cuando nos acercábamos, los restaurantes y demás establecimientos públicos a lado y lado de la carretera ofrecían artículos con estampados de cocodrilos en caricaturas o carteles de lagartos sonrientes ofreciendo batidos de frutas o agua de pipa fría (coco verde).

Dejamos La Jebi parqueada en una frutería y caminamos hacia el puente, que a lado y lado tenía carteles anunciando la presencia de los reptiles y mostrando las leyes que prohíben alimentarlos. Con carros pasando rápido en ambos sentidos de la carretera, caminamos por la baranda del puente. Miramos hacia abajo, y la escena que aparecía ante nosotros parecía sacada de Jurassic Park.

–          “¿Te acordás que en Cali había un cocodrilo que se llamaba Carlitos en el zoológico? ¿Y que la gente iba y le tiraba comida como si fuera un perro y piedras para que se moviera?”, le dije a Lina cuando miramos hacia abajo y vimos decenas de esos gigantes de piel cuarteada desde los casi  20 metros de altura del puente.

Porque en Costa Rica, como les hemos contado, la vida silvestre es vida silvestre en su casa, en su hábitat natural, sin rejas de por medio. Sin pantomimas ni circos donde los payasos son los animales. La vida salvaje en este país es un espectáculo por el que no hay que pagar entrada que perpetúe la explotación de los animales; ahí está para que usted lo vea y se maraville con todo su esplendor.

Contamos cerca de 40 cocodrilos desde donde alcanzábamos a divisar el panorama en ese río de aguas turbias y con muchos rastros de contaminación como latas y neumáticos desechados. Hablábamos del pobre ‘nica’ que los alimentó el día de esa fatídica historia. El sólo hecho de imaginarnos semejante escena nos hacía crujir los huesos.

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Llevábamos algunos minutos viendo y fotografiando los animales, cuando un grupo de gringos llegó a lanzar al agua pedazos grandes de pollo, lo que los hizo moverse y hasta luchar entre ellos por las presas. Aunque la escena les puso acción a los lagartos que segundos antes permanecían quietos, nos hizo cuestionarnos sobre la intervención humana en estos espacios.

Y buscando en internet encontramos algo de lo que sospechábamos: los cocodrilos desde hace algunos años empezaron a cambiar su comportamiento y a responder a los estímulos humanos, pues los alimentan todo el tiempo desde el puente (pese a que es ilegal) y se arman tours en lanchas por el río en los que los guías se bajan a las orillas a darles de comer de su propia mano, e incluso, aunque suene increíble, boca a boca a estos dinosaurios.

Pero el puente del Tárcoles es un palco para observar este espectáculo salvaje, tan inédito para nosotros como seguramente lo será para usted.

Antes de escribir esta nota que acaba de leer, encontramos en youtube el triste desenlace del pobre ‘nica’. Su cabeza fue hallada por una mujer en una playa del Pacífico al que el río le sirve sus aguas. Se convirtió en espectáculo mediático en todo el país y ayudó a alimentar el mito del hombre devorado por esas enorme fauces la noche en que fue despedido de su trabajo.

Como siempre, nosotros recomendamos no acudir ni auspiciar con su dinero toures ni espectáculos que incluyan animales como si fueran los payasos de un circo. Así de lejos, en su hábitat natural, podemos tener una experiencia tan impresionante como respetuosa. Como la que vivimos nosotros en Costa Rica.