Aquellas palabras llegaron al inbox de nuestra cuenta de Facebook como una botella lanzada a un mar virtual por Miri Mijares, una chica con apellido de telenovela mexicana que pedía a gritos un salvavidas para no ahogarse en sus miedos pre viaje. No era uno más de los mensajes que recibimos a diario. Este tenía ese tono especial de quien, como nos pasó a nosotros antes de salir  a los caminos, convirtió a los personajes del otro lado de la pantalla en dos motivos para decir ‘Sí se puede’.

Algunos mensajes y muchos kilómetros después, el 21 de abril de 2016 llegamos a Monterrey, la Reina de las Montañas en México. Esa mañana el calor convertía a La Jebi en un horno de latas incandescentes que atravesaba un fangal de carros casi inmóviles. A nuestro paso iban haciendo presencia grandes construcciones, fábricas que echaban columnas de humo como dragones y grandes carteles en inglés que delataban su vecindad con la casa del Tío Sam.

De entrada el panorama no aportó muchos puntos para que la capital del estado de Nuevo León se instalara en nuestra lista de ciudades especiales. Pero la ilusión de volver reales con un abrazo a los nuevos amigos hechos a través de la pantalla y vivir de su mano la verdadera vida norteña, eran llamados suficientes para la aventura regia (a los habitantes de Monterrey se les conoce como regios).

Pasado el mediodía tocamos a la puerta en casa de Rebeca, la madre de Miri. Ella, según la propia Miri, era una de las más emocionadas por la llegada de los viajeros colombianos que dejaron sus trabajos para demostrarse que se puede vivir viajando. Al momento de nuestra llegada Miri estaba en la oficina en la que aún trabajaba como vendedora de seguros. Nos había advertido que ya todo estaba listo para nuestra llegada a su casa, pero nunca imaginamos hasta qué punto.

“No los esperaba tan pronto chicos, miren las fachas en las que me encuentran”,  nos dijo Rebeca al abrir. Estaba terminando de poner todo en orden para la visita.

Con la amabilidad desbordada que los mexicanos le imprimen a la vida, nuestra anfitriona nos mostró su casa, nos llevó hasta una habitación con aire acondicionado y nos dijo que la nevera estaba llena de frutas y vegetales frescos “porque ustedes son vegetarianos y hay que hacerles comida mexicana sin carne”. Nos contó que es una enfermera retirada, que Fabiola, su otra hija, estaba en Sinaloa haciendo una campaña de redes sociales para un político y que aún tenía muchos miedos por el viaje de Miri. Nosotros sólo sonreíamos, nos mirábamos y repetíamos gracias como un disco rayado. Nunca va a parar de emocionarnos ese momento en que el universo chasquea los dedos para poner frente a nosotros a estos ejemplares especiales de la humanidad. De nuevo el viaje nos llevaba a existir en una realidad paralela a la de los horrores que cacarea la televisión. La esencia de un pueblo descansaba una vez más en personas como las que nos daban la bienvenida a Monterrey.

De Anhelos

Miriam Mijares, 34 años, vendedora de seguros. Se declara hipersensible, repite que llora por casi todo y que casi a todo le tiene miedo. Inicia una dieta cada lunes, es amante de los animales, irremediable fan de las  palomitas de maíz y, aunque a la fecha sólo ha viajado a Estados Unidos, puede dar cátedra de rutas, geografía y formas de moverse por el planeta entero. Esta fanática de Harry Potter lleva años alimentando su más grande anhelo, el de dedicar sus días enteritos a recorrer el mundo y relacionarse con personas de diferentes culturas. Abrió las puertas de su casa a viajeros de todo el mundo y es lectora voraz de blogs y libros de aventuras. Gracias a eso, ese día le dimos un abrazo que selló una de las amistades más fuertes de este viaje.

Ella es la mente maestra detrás del proyecto Mi anhelo es viajar, un blog en el que contará junto a su novio Pedro sus aventuras recorriendo el planeta a dedo y gastando le menos posible. Pero de eso hablaremos unas líneas más abajo.

Desde el primer día Miri nos hizo sentir como estrellas de rock. O de pop, para ser más precisos. Cuando empezamos a hablar se declaró nuestra ‘groupie’ y nos dijo que era un honor para ella tener en su casa al Ricky Martin y a la Shakira de los viajes (habríamos preferido ser el Ozzy Osbourne y la Joan Jet, pero nos encantó el halago).

Esa misma noche conocimos el lado B de este proyecto viajero, el otro recipiente que equilibra la balanza:

Pedro Mendoza, 28 años, ingeniero industrial. Ex jugador de beisbol profesional al que una lesión en un hombro lo alejó de los diamantes para siempre. Experto jugador de póker, apasionado por los casinos e hincha furibundo de los Tigres de Monterrey. Conduce como poseído por una versión endemoniada de Michael Schumacher (luego veríamos que es muy común conducir así en Monterrey) y su delgadez no explica que no tenga llenadero a la hora de sentarse a comer.

Por los días de nuestra llegada Pedro estaba terminando su paso por la facultad de ingeniería industrial.  A falta de planes que resolvieran el resto de su vida, incluso la siguiente hoja de su calendario, Pedro aceptó seguirle el juego a la mujer que ama y darle el ‘sí acepto’. No hubo anillo de por medio, ni fiesta ni vestido blanco. Dos boletos de avión a Noruega y dos mochilas sellaron su pacto de amor. El primer peldaño de la escalera por la que él y Miri subirán juntos esta nueva etapa de sus vidas.

El plan de Miri era que Pedro y Rebeca entendieran aquello que tantas letras viajeras le habían enseñado desde tantos lugares del planeta: que se puede vivir viajando, que no es necesario ser millonario para lograrlo y que la vida es todo aquello que pasa por fuera de la oficina. Miri necesitaba unos cómplices que les dieran a su novio y a su madre una inyección de optimismo frente a su proyecto, y las historias de nuestros casi dos años de andanzas estaban listas para ser contadas. El ciclo de la inspiración se hacía presente una vez más: así como tantos extranjeros desconocidos un día llegaron a nuestra casa a contagiarnos de libertad y energía viajera, esa vez éramos nosotros los llamados a calmar las aguas contándole a otros la inmensa felicidad que trajo a nuestras vidas la decisión de renunciar y viajar.

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Miri, Pedro y Rebeca se encargaron cada día de nuestra estadía en su ciudad de mostrarnos esa Monterrey que no aparece en los folletos turísticos, la que se vive a través de su gente y de su comida, de los partidos entre Tigres y Rayados, la que hace de sus vidas una poesía acunada por imponentes cerros y donde 40 grados de temperatura pueden ser la antesala de una tormenta eléctrica que escupe granizo del tamaño de una bola de ping pong. La Monterrey en la que aún se respira aire como plomo luego de la violencia que la azotó desde principios de esta década.

Aparte de saber que era la ciudad del equipo de fútbol del Señor Barriga, la única referencia de Monterrey que habíamos recibido en todo el viaje nos la dio un hippie mexicano en Panamá. Sergio, así se llama, nos contó sobre la noche que llegó a la ciudad y se desató una balacera en la esquina de un bar. Narraba una escena que parecía sacada de una película de Rambo. Contaba que de un momento a otro y por puro instinto de supervivencia, se vio corriendo dentro del bar para protegerse de las balas de fusil bajo una mesa. Cuando las metrallas callaron, el hombre salió saltando cuerpos y ríos de sangre. No era una historia rebuscada la de Sergio. Aquellas escenas se volvieron comunes en Monterrey luego de que el entonces presidente, Felipe Calderón, le declarara una guerra frontal al narcotráfico.

El primer día que salimos de paseo con Miri y Pedro fuimos al famoso Barrio Antiguo, caminamos por calles coloridas y llenas de historia, fuimos al museo de la ciudad y a la plaza central y terminamos comiendo unos tacos vegetarianos exquisitos. Esa mañana fuimos testigos del símbolo de violencia que aún le recuerda a Monterrey que la sangre de sus muertos sigue fresca. Mientras caminábamos por el Barrio Antiguo, uno de los íconos urbanos, turísticos y populares de Monterrey, pasamos frente a un bar agujereado como un colador . El Café Iguana, que bien pudo haber sido el de la historia de Sergio, fue escenario de una masacre pocos años atrás. Las decenas de balas que no encontraron víctima fueron a dar a la fachada, donde aún permanecen para refrescar memorias.

Era un deja vu que nos llevaba hacia las ciudades colombianas de los 90 corroídas por el narcotráfico; pero que por sus venas abiertas palpita la vida de los ciudadanos que quieren verlas crecer en paz. Miri nos contó la noche que llegando a casa alguien le puso un fusil ‘cuerno de chivo’ en la cabeza a través de la ventana de su carro. Unas palabras después, escuchó un “disculpe, nos equivocamos” seguido del rechinar de las llantas de una camioneta.

Desde hace algunos años Monterrey flota en una tensa calma a la espera de que todo esto se inscriba en sus libros de historia como parte de un pasado oscuro. La gente ha vuelto a salir, las noches son más animadas y hoy por hoy permanecen llenos los centros comerciales que antes habían sido trincheras de narcos repartiendo bala a plena luz del día. Muestra de ello fue la inolvidable noche rockera que vivimos en el Café Iguana con Miri, Pedro y dos de sus mejores amigos.

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Mirar a Miri  y a Pedro era vernos a nosotros mismos en el inicio de todo esto. Estar con ellos era volver al pasado a través de un espejo hecho en México. Era la prueba viva de que los sueños son tan universales como la curiosidad de saber qué pasa más allá del lugar en que por suerte nos tocó nacer. Tras cada conversación Pedro se veía invadido por un espíritu de positivismo que proponía ideas y experimentaba con la cámara. De a poco despertaba en él el aventurero que dormía en su interior y Miri se veía cada vez más complacida por eso.

Nuestros anfitriones no tenían tope a la hora de consentirnos. Mientras en su casa vivíamos deliberaciones viajeras y blogueras adobadas con cerveza helada, en casa de Rebeca teníamos a una mamá que nos mimaba con comidas ricas y jugos frescos, dedicaba días enteros a llevarnos a conocer restaurantes típicos, mercados de pulgas y tianguis que nos adentraban en la vida regia al tiempo que nos daba verdaderas enseñanzas de vida en cada charla. Rebeca es una mujer extraordinaria: educada, recatada y con un corazón más grande que el mismísimo Cerro de la Silla, que le ha valido para salir a flote con sus hijas en medio de una vida que no ha sido fácil.

Mientras Miri y Pedro atendían trabajo y estudio, conocimos con Rebeca emblemas de la ciudad como el cerro de Chipinque, el Paseo Santa Lucía, el parque Fundidora, el parque La Huasteca, el mirador del Obispado, la antigua cervecería… logró que nos lleváramos la mejor imagen de su ciudad y se la contáramos al mundo.

No podíamos haber planeado una mejor despedida de México. Nos íbamos rumbo a Estados Unidos recargados de energías, amor de familia y con una pareja de ahijados viajeros a los que llevamos en el corazón como si los conociéramos de toda la vida, a los que aprendimos a querer como a un par de hermanos.

De Caídas

Menos de 24 horas duramos fuera de Monterrey. Fueron las peores 24 horas en casi dos años de viaje y sin duda las peores de nuestras vidas. Como ya lo contamos aquí, al intentar cruzar la frontera los policías de Migración de Estados Unidos no nos permitieron ingresar a su país y nos devolvieron a México con la moral destrozada.

Volvimos a casa de Rebeca deshechos, sin piso, sin futuro visible, sin una luz qué seguir, oscuros, nublados. Nos cancelaron la visa, nos dijeron que no podíamos pedirla en un año y que debíamos hacerlo en Bogotá. Mentían. Investigando descubrimos que podíamos solicitar una nueva visa inmediatamente en el consulado de Monterrey, así que pedimos la cita y nos la dieron para los siguientes 12 días. Lloramos mucho y sufrimos la caída de nuestro sueño. Pero nuestra familia regia nos abrazó, sufrió nuestro dolor como si fuera suyo, nos aguantaron y apoyaron mientras lamíamos nuestras heridas y armábamos los pedazos de nuestro sueño que recogimos en la frontera.

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De Levantadas

Pensamos irnos de Monterrey a viajar por otro estado mientras se llegaba el día de la cita en el consulado. No queríamos ser una incomodidad, pero nuestros anfitriones no nos dejaron partir. “No se vayan chicos, no gasten recursos que les pueden servir para el resto del viaje. Esta es su casa”, decía Miri. Y nos quedamos. Además, por esos días nos ofrecimos como cuidadores y enfermeros de Cuca, la perrita chihuahua de Miri a la que le diagnosticaron un tumor intestinal. A diario la llevábamos al veterinario, le comprábamos las medicinas y le hacíamos curaciones. A esas alturas era lo mínimo que podíamos hacer en agradecimiento por tantas atenciones.

Se llegó el día de la visa y nos dijeron que no, aduciendo que la cancelación de la visa era muy reciente pero que “pueden pedir la visa cuando quieran, no están penalizados. Pero les sugiero que dejen pasar un tiempo prudencial”. Habrase visto.

Ya la suerte estaba echada: no llegaríamos a Alaska, al menos no en esta ocasión. Pero cada vez importaba menos. Nuestros amigos nos ayudaban a darle vuelta a la página y lograron animar el espíritu viajero que estaba convaleciente. Un fin de semana salimos a viajar por el sur del estado de Nuevo León con el endemoniado pie derecho de Pedro sobre el acelerador. Recorrimos Zaragoza y sus cascadas color turquesa. Atravesamos una cordillera de montañas blancas y llegamos hasta Hualahuises, pasando por Galeana y el pozo del Gavilán. Revivimos. Nos revivieron.

Han pasado exactamente 122 días desde que nos despedimos de estas maravillosas personas con un abrazo en el que les dejamos un pedazo de nuestra alma y nos trajimos uno de las suyas. 122 días desde que emprendimos el regreso a casa que merece otras tantas letras para ser contado.

Hoy Mi anhelo es viajar vive el primer día del resto de sus vidas. Hoy, mientras escribo estas letras, Miri y Pedro están dejando su país para irse a vivir su historia de amor en otros climas, en otros idiomas, bajo otros cielos. Hoy la humanidad gana dos espíritus libres que van a hacer del mundo su casa, y que van a repartirle a cientos de personas un poquito de ese amor que les sobra y que un día nos hizo felices.

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Son gente buena, buenísima, de esa que no sale en las noticias y que hacen de este planeta un lugar hospitalario en el que nunca se va a extinguir la esperanza. Eso es un motivo suficiente para apoyarlos y alentarlos a seguir. Su página web es www.mianheloesviajar.com.

A ustedes, Miriam y Pedro, que seguramente van a leer esto, queremos dedicarles cada letra que acaban de leer y darles una vez más las gracias por tanto. Por recibirnos en sus vidas, por inspirarnos, por Rebeca, por Mila, Cuca, Ninja y Yolandi, por el chilito y el guacamolito. Por su amistad. Buen viaje hermanos, disfruten del camino que la vida les tiene preparado. Se lo merecen.