¡3, 2, 1, al agua!

Y mi mente quedó en blanco. Estaba petrificada: tanque de oxígeno a la espalda, traje de buceo puesto, regulador revisado, careta ajustada, chaleco inflado, cinturón con pesas, todo el equipo listo y para bucear como toda una “profesional”; pero yo seguía inamovible al borde de la lancha, tratando de entender de espaldas al mar por qué debía lanzarme como los profesionales de la televisión si esa era mi primera inmersión. “3, 2, 1, vamos” “Tranquila: 3, 2, 1, al agua”. Y yo no me movía un solo centímetro: sencillamente no puedo seguir con esto. “Tranquila, todo va estar bien no pasa nada”, puso su mano en mi hombro y de repente todo eran burbujas. Pensé que algo me jalaba hacia las profundidades, pero abajo entendí que estaba flotando luego de un empujón del instructor. Tal vez usted, querido lector, que desde niño está acostumbrado a disfrutar del agua en sus vacaciones, pensará que estoy exagerando. Pero habrá quien, como yo, sienta que su vida se acaba tan sólo de pensar  que debe enfrentarse a las profundidades. Sólo trate de ponerse en mi lugar: flotando a la deriva sin nada de qué agarrarme, rodeada de esa inmensidad acuosa, sola, asustada, angustiada, desesperada, desorientada, confundida.  Mente bloqueada a pesar de que a unos 20 metros de distancia otros ocho buzos se preparaban para la inmersión; uno de ellos era Andrés.  

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Transcurrió un minuto eterno para tener a mi lado al instructor: ofrecía disculpas por el empujón mientras decía que, de no haberlo hecho, yo nunca hubiese entrado al agua; estaba en lo cierto. Lo que también fue una verdad fue que aquel suceso desafortunado levantó una barrera más alta entre mi pánico a las profundidades y mi anhelo de descubrir la belleza de la vida submarina. ¿Y adivinen qué? No pude sumergirme, otra vez mi miedo era más grande que mi capacidad de razonar. De nada sirvió la prueba que horas antes hice con el equipo de buceo a escasos 3 metros de profundidad, adherida a mi instructor como una garrapata. Dejo de ser yo si no estoy en tierra firme. Es una lástima, debo reconocerlo. Aquella vez estábamos en el parque Tayrona, en Colombia, en una de las playas más lindas que existe en nuestro país de playas lindas. Todos comentaban sobre las bellezas que descubrieron respirando a través de un tanque. Yo debí conformarme con lo que me brindara la imaginación.

Las profundidades y yo no somos compatibles. Lo que muchos es sinónimo de diversión para mí es una catástrofe y de un enfrentamiento tenaz conmigo misma. Pero siempre intento, una y otra vez. Siempre pienso que quizá no tenga otra oportunidad para hacerlo de nuevo. Así que éste no iba hacer mi último intento a pesar del fracaso.

Aquí te cuento la historia del día que casi me ahogo haciendo rafting.

Bucear en San Andrés, la reconciliación con las profundidades

Es una mañana soleada de Agosto: ya pasaron seis meses de aquella vez en el mar del parque Tayrona. La paleta de azules del mar Caribe resplandece como la cola de un pavo real abierta al sol y yo, una vez más, trato de ganarle la carrera a mis miedos con un tanque de oxígeno en la espalda. Y de nuevo el mismo discurso que intenta alejarme del pánico mientras pataleo para no naufragar: “Tranquila, tranquila, respire sin apresurarse, muy normal, como respira siempre”; y por más lógico que suene, por más que mi cerebro trate de procesarlo, mi cuerpo se convierte en una agonía cada vez que la careta hace contacto con el mar.

Pero este no es un intento más; este no es un viaje cualquiera. Hoy me siento rodeada de una energía especial, me siento protegida y creo que debo convertir todas estas sensaciones en un punto de quiebre, hoy es el día de dejar mis miedos atrás para nunca más volver a verlos.

Desde fuera del agua, cuando Adolfo, el instructor, me estaba dando indicaciones para la inmersión, una cámara seguía cada una de mis reacciones. Adolfo sabe lo que hace y dice tener mucha experiencia guiando primerizos fóbicos como yo. Su bitácora bajo el agua cuenta con más de tres mil inmersiones y promete no soltarme la mano nunca. Vamos, esta vez voy a lograrlo.

Nuestro viaje de una semana por San Andrés junto al equipo de 3 Travel Bloggers

A parte del camarógrafo me acompañan, dos experimentados: Andrés, que ya hizo su curso de buceo de aguas abiertas en Panamá,  y Marcela Mariscal, nuestra colega colombiana cofundadora del blog See Colombia Travel. Estamos grabando un nuevo episodio para los 3 Travel Bloggers y la protagonista de esta escena es una viajera miedosa que se arriesga una vez más a luchar contra el pánico para vivir su vida al máximo. Todo el equipo está listo para seguir mi aventura y yo estoy decidida: esta vez voy a lograrlo.

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San Andrés es un trozo de paraíso. Cada que regresamos a esta isla de aguas verdes y azules habitada por gente amable descubrimos un poco más de su cultura. Hace tres días estamos aquí nuevamente y nos restan otros dos. Viajamos con gente que admiramos profundamente, personas que nos inspiran a convertir nuestras habilidades en el motor de nuestros sueños y con ellos cada día hemos descubierto rincones para nosotros desconocidos de esta isla, la belleza colombiana por excelencia.

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Claro, estando en estas aguas tan cristalinas y con un grupo de gente fanática del mar, unos de los planes desde el principio era bucear. Me pude haber negado, por supuesto. Pero aquí estoy, con el agua al cuello, sintiendo que una poderosa necesidad de reivindicación con el océano me jala hacia el fondo. No es fácil lidiar con esta batalla entre el “yo puedo” y el “¿yo qué hago aquí?”. Me muero del miedo. Pero aquí voy.

 

Mi cara previa antes de salir a bucear junto a todo el equipo

Adolfo repite una y otra vez: “tranquila, tranquila, respire”. El hombre sabe lo que hace, no me suelta del brazo ni un segundo y logra que la confianza empiece a llegar en las dosis necesarias para dar un paso más. Paciencia y confianza, como el niño que va a dar sus primeros pedalazos sin las rueditas de apoyo.

“Inhala y exhala, tranquila. Cuenta hasta tres y vamos para abajo”, y empezó a desinflar el chaleco para que las pesas del cinturón nos llevaran a lo profundo. Por reflejo y sin darme cuenta empiezo a mover las aletas y avanzar hacia adelante. Empezamos a nadar: por supuesto no me despego ni un solo centímetro de mi guía, mientras Andrés y Marcela exploran rincones más profundos por su cuenta. Peces de colores nos acompañan o se esconden rápido en jardines de corales. Los rayos del sol se filtran claros por el agua cristalina. Y yo sencillamente no puedo creer cuánto me perdí por los miedos que arrastro desde niña.

Regulo la respiración cada vez más y despejo la presión de los oídos.

Ahora mis compañeros celebran mi logro bajo el agua, me rodean y aplauden mientras Jhonatan, el camarógrafo, registra toda la escena.

A Adolfo se le ocurre una forma de celebrar: debo sentarme en la arena y tomarme una selfie, sola, sin ayuda de nadie. No me siento preparada pero, ya entrada en gastos, agarro la cámara con una mano y con la otra trato desesperadamente de volver a unirme a mi guía, moviendo los brazos en cámara lenta, como arañando el agua. Tomo la foto y de nuevo regreso a sus brazos: tampoco me pidan tanto, es mi primera vez.

Aquí estoy junto a Marcela y a Adolfo recibiendo su apoyo para poder sumergirme

¡Lo logré y lo disfruté!

Dicen que la sensación de bucear es como volar bajo el agua, y definitivamente así me sentí. 40 minutos de ingravidez que disfruté pese a mis temores pero que definitivamente jamás voy a olvidar.

¿Que si lo volvería a hacer?, claro que sí, sin duda alguna. Aunque no estoy segura cuán difícil vaya a ser, siempre voy a estar pensando en la vida submarina de San Andrés como un calmante a mis miedos y una voz que me grita Sí se puede.

Al final, me queda la alegría de saber que soy capaz de muchas cosas; que los miedos existen para enfrentarlos. Viajando he descubierto que soy una persona más fuerte de lo que creía.

Y a ti, ¿te ha tocado enfrentar tus miedos viajando? Cuéntanos en los comentarios.

Sentada en la arena a 13 metros de profundidad

Vea el video completo de nuestro viaje a San Andrés con los 3 Travel Bloggers

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