Si no vas al castillo de Drácula es como si nunca hubieses visitado Rumania. Vaya mentira.

Te la van a repetir hasta el cansancio, sobre todo quienes nunca han puesto un pie en Rumania. Porque hoy en día basta con teclear en Google el nombre de cualquier destino para que aparezcan páginas enteras con los famosos listados de los “imperdibles”, esa categoría cuadriculada que nos sugiere desde la búsqueda primaria que si no llegamos a casa con la cámara llena de selfies en determinado lugar, o no hacemos una u otra cosa, es como si nunca hubiésemos ido.

Y entonces las verdaderas experiencias viajeras quedan decantadas al fondo de los gigas de selfies que se posan por toneladas para demostrar el viaje, para probar que se estuvo. Y en Rumania la telaraña que atrapa al turista olvida que el país es diverso, lleno de historia, con una naturaleza envidiable, montañas, lagos, ríos. La delta del Danubio, la carretera Transfagarasan y los Montes Cárpatos. La huella del comunismo en su historia, ciudades fortificadas medievales, los monasterios de los más antiguos del mundo,  gente amable como no se ve en otro lugar de Europa y comidas deliciosas.

Rumania es mucho más que Drácula

Montes Cárpatos

Carretera Transfagarasan

Ciudad Fortificada Rasnov

Recorriendo los pasos de la historia comunista de Rumania

Y desconociendo todo aquello, hay quienes se atreven a decir que si uno no va al Castillo de Drácula en Transilvania es como no haber ido a Rumania. La trampa marketinera de los imperdibles está tendida  y se llena de billetes atrapando chinos y japoneses en manadas que ofrendan sus clicks a una ilusión para decir que estuvieron. Pero el castillo de Drácula en Transilvania no es el verdadero Castillo de Drácula.

De eso hablaremos más adelante.

Para el caso de esta historia la trampa no solo atrapó chinos, japoneses y gringos. También a estos dos blogueros colombianos que llegaron hasta allá. Una vez en la taquilla dijimos el típico “ya estamos aquí; pues entremos. Si no está tan bueno al menos tenemos algo para contarles a los lectores del blog”. Y pagamos, y entramos.

Y aquí estamos para responder a la pregunta obligada que se hacen los futuros viajeros a Rumania: ¿vale la pena ir al castillo de Drácula en Transilvania?

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El carro que alquilamos para recorrer Transilvania

Vivimos el otoño por primera vez en nuestras vidas

Bienvenidos al show

Llegamos a Bran conduciendo un carro alquilado. Es casi mediodía; una mañana soleada de otoño. El viento sopla fuerte un frío que congela los huesos. Es temporada baja pero casi no logramos hallar un lugar donde estacionar: dos dólares al cuidador. Desde los primeros pasos se adivina a qué vinimos: un mercadillo de suvenires se despliega por todas las calles del pueblito ubicado en la falda del castillo. La caricatura del Conde Drácula con colmillos puntudos ensangrentados se materializa en forma de vasos, lapiceros, estatuillas, máscaras, camisetas, ceniceros, capas, muñequitos para niños, platos, protectores para el celular, jarras para cerveza y cuanto cacharro se le pueda a uno ocurrir. Ah, y dentaduras de plástico de todos los tamaños para encajarse en las bocas de niños y grandes.

El vampiro abre sus alas pintado en las fachadas de tiendas y restaurantes para atraer clientes. Más allá una casa del terror reproduce el loop de una risa de ultratumba y lanza humo con una máquina de fiestas para ofrecer una experiencia macabra a quien se atreva a cruzar la puerta. El circo hollywoodense abre sus puertas de par en par enmarcado en un escenario natural sin par: los montes Cárpatos y el inicio de la ruta por Transilvania.

Y allá arriba de todo el mercado vampiresco, entre esas montañas que en otoño se degradan en árboles rojos, verdes y amarillos, se encuentra el castillo de Bran. Pero aunque Instagram se llene cada día de fotos tomadas en el lugar, quienes entran –entramos- al castillo no encuentran nada de lo que fueron a buscar. El castillo de Bran no es el Castillo de Drácula. El siniestro personaje que inspiró la leyenda nunca vivió allí; si mucho, habrá pasado a saludar.

El verdadero Drácula

Seguramente muchos de los que llegamos al castillo vamos con la imagen preconcebida del Drácula de la película de Francis Ford Coppola encarnado por Gary Oldman en 1992. La misma fue basada en el libro del irlandés Bram Stoker quien a su vez construyó su personaje inmortal inspirado por el príncipe Vlad Tepes, cuyo nombre de pila fue Vlad Draculea y se hizo famoso por el remoquete de ‘Vlad el empalador’.

La historia cuenta que Vlad Tepes vivió con el objetivo principal de odiar a las hordas de Turcos Otomanos que estaban invadiendo a Europa con su imperio. Y a falta de un número de guerreros considerable para plantarle cara al poder de los islámicos, Tepes decidió utilizar el horror como estrategia para disuadir de los otomanos de seguir metiendo sus narices imperiales donde no debían. Y alrededor de su castillo clavó tantas estacas como  pudo y en cada una de ellas ensartó a uno de sus enemigos, luego de torturarlo con sevicia. Incluso hizo carrera la leyenda de que Vlad Tepes se paseaba en las noches entre las estacas con sus enemigos empalados y se bebía su sangre.

La cosa es que nada de esto pasó en el Castillo al que estamos a punto de entrar. La morada original del Conde Drácula es el Castillo de Poenari, una penosa construcción rumana en situación de ruina que sólo atrae moho, uno que otro fanático de la novela de Stocker o a quienes alardean por no haber sido engañado por el Disney-Drácula.

Incluso, para que le quitemos un velo más a esta danza de explotación marketinera con colmillos y sangre, se sabe que, cuando escribió Drácula en 1897, el escritor Bram Stoker no había pisado Rumania.

Foto en Sibiu a un transeúnte fanático de Vlad Tepes

Foto en Sighisoara en el lugar de nacimiento de Vlad Tepes

Entonces, ¿cuál es este castillo y porqué se lo achacan a Drácula?

Muy fácil: Con su afán de exprimir hasta el último centavo de la silueta amenazante del conde chupasangre, el dictador Nicolae Ceaucescu buscó una locación que se adaptara a la historia hollywoodense de Drácula y abrió al público el castillo de Bran para que se imaginaran todo lo que allí pudo haber hecho Vlad Tepes.

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El sitio era perfecto para los planes del dictador que, dicho sea de paso, estaba más loco y cobró más vidas que el mismo Tepes. Teniendo en cuenta la situación ruinosa del Castillo de Poenari y la ubicación del castillo de bran a solo 30 kilómetros de Brasov, una de las ciudades más bellas del país y meca del turismo de ski en los inicios de Transilvania, se decidió a trastear el mito de Drácula como quien hace una mudanza.

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Y los euros empezaron a llegar por millones. Tan efectivo fue, que en un momento se llegó a presentar la propuesta de construir un mega parque de diversiones temático de nombre Dráculand. Por suerte semejante locura no pasó de ser una mala idea.

Ahora que ya sabemos todo esto, vamos para adentro.

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Así es el supuesto Castillo de Drácula en Transilvania

Rumania es un país muy barato para viajar, pero al ver que para entrar al Castillo de Bran hay que pagar 40 Lei -8 euros-, puede deducir uno de inmediato que esto está diseñado para exprimir billeteras extranjeras.

Lo pensamos, lo discutimos, hasta nos devolvimos y al final dijimos:

“ya estamos aquí, pues entremos. Si no está tan bueno al menos tenemos algo para contarles a los lectores del blog”. Y pagamos, y entramos.

Subimos por un camino de piedra que serpentea la montaña y deja ver la cara frontal del castillo. Una vez arriba decepciona desde la entrada: un vigilante obliga a registrar el tiquete en un censor que se activa para dar vuelta a un torniquete electrónico. Sí, como entrando al metro.

Y adentro, de repente, el bullicio turístico se apaga. No hay nada que haga creer al visitante que eso que le vendieron es real, no hay ninguna referencia a Vlad Tepes aparte de una pared con algunos rostros de antiguos gobernantes enmarcados, entre los cuales por supuesto, solo se reconoce la estampa del sanguinario empalador.

El Castillo de Bran fue construido en 1377 por orden de Rey Louis I de Hungría, y sus últimos residentes célebres fueron la Reina María y su familia, hacia cuya historia por supuesto no teníamos el menor interés. Descubrimos el castillo como una vieja casona con mobiliario antiguo: la cama de la reina, la sala de estar de no sé quien, y aquí jugaba cartas este otro fulano. Filas interminables de japoneses hacían que el recorrido por los pasillos estrechos fuera mucho más lento y tomar una foto sin que cada rincón estuviera abarrotado de gente era casi imposible.

Al final de este museo de falsas expectativas una habitación exhibe una biografía de Bram Stoker y un afiche con los actores que han interpretado a Drácula y las películas que han llenado las salas de cine a su nombre. Algo sacado de Wikipedia con un solo click.

El hecho de que no exista ninguna otra conexión con el empalador Vlad Tepes hace que de la visita a este lugar no se rescate más que su imponente estructura enclavada en una montaña; lo que aquí en Rumania es moneda corriente y se encuentra a la vuelta de la esquina.

Entonces, cada que alguien nos pregunte si recomendamos entrar al Castillo de Drácula en Transilvania, nuestra respuesta va a ser un rotundo no.

Si lo que quiere es comprobar con sus propios ojos cómo la telaraña de los imperdibles atrapa turistas de forma masiva para llenar sus arcas, vendiéndoles entradas a un engaño a ocho euros cada una, pues hágalo. Ya está advertido.

Rumania es mucho más que un mito convertido en caricatura de venta al por mayor. Es sin duda uno de los países de Europa que llevamos en el corazón y donde vivimos las experiencias más reales con gente que se convirtió en nuestra familia.

Y lugares maravillosos, por supuesto. Cerca del Castillo de Bran, a tan sólo 30 kilómetros, pasamos 3 días en la preciosa Brasov, una joya enclavada entre los Cárpatos que en otoño se convirtió en la musa de nuestro lente viajero. Y por eso creamos esta galería para que te asombres con su belleza.

Como en Rumania librarse de la marca Drácula es tan difícil, pues en Sighisoara nos dimos cuenta que allí nació Vlad Tepes, el verdadero Conde Drácula. Y en la casa que nació hoy queda un restaurante donde, por supuesto, cobran la entrada para conocer la cuna de Drácula, o algo así. A esa no entramos, ni más faltaba.

Pero en su lugar, te preparamos esta galería para que conozcas esta maravillosa ciudad, sin duda una de nuestras favoritas de todas las que conocimos en Rumania.

¿Has caído en alguna de estas trampas de los imperdibles y has salido decepcionado? Por favor deja un comentario con tu historia para que todos nuestros lectores la conozcan y tomen medidas al respecto.

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