– Andre, parate en ese grafiti te tomo una foto. Sí, ahí, al lado de las señoras, como si fueras una de ellas. Click. Mirala ¿qué tal quedó?.

– Si querés que haga parte de la escena no me podés cortar. No importa que salga el andén. Tienen que salir los pies de todos.

– Click. ¿Qué tal esta?

– Está buenísima, como de concurso.

Foto Tomada del Facebook de Fontur

134 días después, con esta fotografía, Lina recibió el segundo premio en la octava edición del concurso Revela Colombia, organizado por Fontur y el Ministerio de Turismo de Colombia.

Es medio día en Sibundoy, un pequeño pueblo indígena del departamento de Putumayo enclavado en un valle a 80 kilómetros de la puerta de la Selva Amazónica. Los niños invaden la plaza principal luego de salir de la escuela y los adultos salen a buscar el almuerzo en la pausa laboral. Las sillas vacías empiezan a ocuparse en la plaza de mercado y pronto se cuentan por decenas las bocas que alejan el humo de sus platos a fuerza de soplidos.

Afuera el sol se deja ver tímido y batalla con el aire frío que recorre las calles como un fantasma perdido. En Sibundoy gobierna la calma. Transitan pocos carros. No hay parlantes en las calles tronando música. La vida transcurre lenta. Los pasos de sus habitantes tienen una cadencia sin prisa y los saludos vuelan de una acera a otra como lanzados por las manos que se agitan amables.

Caminar por Sibundoy es recorrer otra Colombia, esa que se quedó al margen de las postales cartageneras y el concreto de la gran urbe bogotana. Sibundoy está bañado por una paleta de colores que se regaron para llenar de magia las vidas de quienes allí existen. En un día soleado el azul del cielo contrasta con las verdísimas montañas que envuelven el pueblo. El alma indígena saltó de la dimensión cromática del yagé a las paredes de la ciudad, en las que artistas de todo el país plasmaron con pinceles y aerosoles la belleza de las tradiciones ancestrales de los pueblos amazónicos.

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Haciendo honor a nuestro pacto inviolable con los viajes, Lina y yo recorremos las calles de nuestro nuevo escenario de vida con una cámara al hombro. Cada tanto cerramos un ojo y hacemos un click del que nace un recuerdo para la eternidad. Las buenas fotografías casi nunca están allí; se ven venir, se planean, se olfatean, se esperan con paciencia, con el dedo atento en el disparador. Esa tarde escuchamos un desfile a lo lejos y aguardamos a que llegue a nuestro encuentro. Click. Click Click. Vemos un viejo campesino sentado junto a un logo de la Champions League. Click. Disparamos la cámara asombrados por las esculturas talladas a mano en troncos de árboles que fueron cortados cuando amenazaban podrirse. Grafitis, muchos grafitis exaltan las tradiciones indígenas de la región. En una cuesta abajo un anciano taita se mira de frente con un jaguar. En la esquina del mercado una anciana fue exactamente calcada con cada arruga que surca su rostro. 

Y vemos un grafiti que retrata a un taita y cinco mamitas de la tribu Kamsá. Y Lina me dice parate allí para una foto. Y esa foto ganó el segundo lugar en el concurso de fotografía de viajes más importante de nuestro país, y se convirtió en nuestro mayor orgullo fotográfico.

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Y es un orgullo por muchas razones. La foto fue tomada con un lente 18-55mm calzado en una vieja nikon D3200, una réflex de lentes intercambiables que se ubica en el escalón más bajo de las cámaras semi-profesionales. Orgullo es confirmar una vez más que no es la cámara sino la mirada la que hace al fotógrafo. Orgullo es mostrarle al mundo los rincones escondidos de esta Colombia que abre sus alas ante la humanidad luego de medio siglo de guerra. Orgullo es también constatar en carne propia que a fuerza de constancia y disciplina el amor por los viajes y la libertad sí puede ser el motor que impulse nuestras vidas. Miren ustedes no más, en la ceremonia de premiación presidida por la Viceministra de Turismo de Colombia, se dijo que para esta versión del certamen fotográfico de viajes más importante del país se presentaron 2058 fotógrafos de once países. Y la foto de Lina, tomada una tarde fría en ese pueblito colorido del Putumayo, estuvo en el podio ondeando la bandera de Renunciamos y Viajamos. Orgullo es para quien escribe estas letras posar para la lente de su amada y escuchar de boca de una ministra estas palabras:

“Esta fotografía fue tomada descubriendo Sibundoy, viajando por aquel pueblo rodeado de una cultura totalmente ajena a mi saber. Soy una viajera dueña de su tiempo, construyendo su proyecto de vida www.renunciamosyviajamos.com y me sorprendió mucho ver tanto color, tanto orgullo. Cada paso  era una excusa para ser click. Este viaje lo realicé, como todos los viajes que hago, junto a mi esposo el año pasado, quien es el protagonista de esta foto al lado de un graffiti de los Kansá. Amo los viajes, vivo viajando con mi cámara al hombro”.

Tomamos fotografías para sentirnos creativos y detener el tiempo con una mirada que el ojo humano no podría. Tomamos fotografías para compartir con ustedes, nuestros lectores, la forma en que vemos el mundo. Viajamos siempre con una cámara para vencer el olvido y alimentar la memoria a punta de buenos recuerdos. Recuerdos que algún día serán desempolvados en la pantalla o el papel por dos viejos viajeros que brindarán con cervezas frías por el gusto de haber vivido libres, impulsados por la fuerza de sus sueños.