"...por eso todos los inquisidores del mundo queman los libros en vano, porque cuando un libro comunica algo válido, su ritmo silencioso persiste incluso mientras lo devoran las llamas, y es que un verdadero libro siempre indica algún camino nuevo que conduce más allá de sí mismo."

“Una soledad demasiado ruidosa”
de Bohumil Hrabal.

Como es tan inusual encontrarse en cualquier esquina con alguien que esté dando la vuelta al mundo, con una mochila al hombro y sin fecha de regreso a casa, es muy humano llenarse de curiosidad cuando el hallazgo se produce y luego querer preguntarle de todo a ese espécimen tan raro. A nosotros, por ejemplo, en los seis años que llevamos rebotando de un lado para otro del planeta, nos han preguntado de todo. Tenemos el catálogo de historias listo para adornar cualquier respuesta.

La primera vez que me preguntaron porqué viajo, no supe qué decir. Nunca me había hecho a mí mismo esa pregunta ¿Por qué viajo? ¿por qué viajamos? ¿por qué viaja alguien? Y no tuve la respuesta.

Ahora creo que viajo porque me gusta contar historias, vivir cosas increíbles y soplar para que se alimente el huracán de historias y anécdotas y aprendizajes que se cuentan en esta vida. Las calles del mundo son un pozo sin fondo lleno de historias esperando a que uno meta la mano, se bañe con ellas y luego se las cuente a otros. La vida del que viaja es una vida a la que le pasan cosas con una frecuencia de vértigo. Buenas, buenísimas, malas y pésimas, pero al viajero le pasan muchas cosas. Con algunas pistas sobre sus próximos destinos, uno se podría imaginar qué le puede llegar a pasar: si el clima es muy extremo, si el país es caro, si son muy religiosos, si son complicados en la frontera, y un etcétera infinito.

Parque Histórico de Sukhothai

Parque Histórico Sukhothai

Gran buda en Bangkok

Pero lo que ni el más experto trotamundos podría prever que una de sus historias de viaje sería quedarse atrapado al otro lado del mundo, en medio de una pandemia, sin la posibilidad ni siquiera remota de regresar a casa. Las historias de la realidad casi siempre se salen con las suyas para superar a la ficción, y apareció el coronavirus.

Lo primero que hicimos ante la declaratoria de pandemia fue movernos rápido hasta Chiang Mai, la segunda ciudad de Tailandia ubicada cerca a la frontera con Laos y Myanmar. Nuestro lugar de aislamiento sería en la ciudad famosa por ser dueña de la mejor cocina de Tailandia y precios mucho más baratos que Bangkok, dos detalles que el tiempo iba a agradecer. Habíamos viajado por España, Marruecos, Rusia, Vietnam, Camboya y Tailandia desde hace cinco meses, antes de que el mundo cambiara. Cuando todo se cubrió con esta niebla espesa que no nos deja ver qué va a pasar mañana, quisimos regresar a casa, pero cualquier esfuerzo fue en vano. Pasamos de creer que una gripita con community manager no nos iba a dañar nuestro viaje, a querer atravesar el mundo en cualquier avión y llegar a casa de inmediato. Luego decidimos quedarnos y pedimos públicamente que se cerraran los aeropuertos así quedásemos a la deriva.

Cuando se empezó a balancear la cuerda floja en este acto de malabarismo viajero, los registros de contagios en Tailandia eran muy bajos en comparación con otros países de Asia como Corea, Japón y China. Las autoridades parecían tomarse el virus a la ligera y nunca declararon cuarentena obligatoria, tan solo un toque de queda entre las 10 de la noche y las 4 de la mañana. Mientras tanto, el Rey se quedó en los Alpes alemanes, donde alquiló un resort para hacer cuarentena con su comitiva de más de 100 personas y sus 20 concubinas. Empezaron a cerrar las fronteras de los países vecinos y miles de personas nos declaramos varadas porque nuestros países cerraron el acceso a cualquier persona por vías aéreas, terrestres y marítimas. Las autoridades tailandesas estiman que somos unos quinientos mil extranjeros varados en el país.

Encontramos una habitación de hotel para encerrarnos a cuidarnos: ventilador lento de techo, todo un lujo necesario para soplar los 43 grados que hervían bajo el sol. Baño pequeño y cama medio dura llena de bedbugs, unos bichos que se pegan a las sábanas y a los colchones y pican como un enjambre de abejas entre las cobijas. Lleno de ronchas y otras pelotas rojas que me salían de la piel, bajé al día siguiente a pedir un cambio de habitación. En compensación, nos dieron una más grande con balcón, aire acondicionado, un atardecer naranja a las 6:18 p.m y nevera por el mismo precio. El escándalo de mi alergia a esos bichos nos ascendió en la escala de comodidad y frescura.

En la primera salida a explorar escaneamos la zona y encontramos un supermercado Seven Eleven, una lavadora que funciona con veinte baths (0.80 usd) en monedas y una máquina para recargar 5 litros de agua con un par de baths. También conocimos a Miss Thanya, una señora local que tiene un restaurante improvisado en el garaje de su casa. La pandemia juntó nuestro camino con el de esta mujer que sonríe con los ojos y que prepara el mejor Pad Thai y el mejor arroz frito que probamos en todo Tailandia. Rentamos por 15 días y ya llevamos un mes y una semana.

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😊Ella es Miss Thanya, la señora que todos los días nos vende la comida que llevamos para la habitación donde estamos cuidándonos. . . 🇹🇭 Miss Thanya es el único contacto que desde hace dos semanas tenemos con la vida exterior. Todos los días, a través de Facebook, le avisamos que vamos a su casa para que prepare la comida. Siempre los mismos platos Pad Thai al medio día y arroz frito con vegetales en la noche. 🥡 Estamos comiendo solo dos veces al día para estirar la economía al máximo en estos tiempos de incertidumbre. . 🤗Esta señora es el ejemplo perfecto de la amabilidad y la dulzura tailandesa: 😄sonríe todo el tiempo, es conversadora y trata de enseñarnos algo sobre su idioma y su cultura. Nosotros también le enseñamos español. Nos recibe con un «hola» y se despide con «hasta mayana», porque no puede pronunciar la ñ. . 🙏Gracias a quienes compran nuestros libros podemos seguir comprando comida y pagando hospedaje cada noche. Nunca tendremos como devolver tanta generosidad que han mostrado con nosotros en estos momentos de incertidumbre. 💪Seguimos enviando 📙 libros en físico a cualquier parte del mundo y en PDF por email. Si quieres el tuyo deja un comentario dice do #QuieroMiLibro o #QuieroMiLibroEnPDF y te diremos como. . 😉Estamos muy bien, con la moral en alto y dispuestos a aguantar el tiempo que sea necesario para regresar a casa sanos y salvos. 🙏Gracias a todos por su apoyo. . . #renunciamosyviajamos #renunciamosencuarentena #cuarentenaviajera #YoMeQuedoEnCasa #quedateencasa #quédateencasa #Coronavirus #Covid19 #viajerosencasa #thailand #amazingthailand #discoverthailand #backpackerlife #backpackerstory #backpacker #mochileros #viajeros #viajarporelmundo #viajarenpareja #lovetotravel #welovetotravel

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Aunque podríamos decir que el casi mes y medio que llevamos confinados voluntariamente han sido el período más largo que hemos pasado sin viajar desde hace 6 años que creamos Renunciamos y Viajamos, también es cierto que todo esto que nos pasa ocurre en medio de un viaje. Así que nos sentimos quietos pero viajando. Como pasa cuando uno se lee un libro.

Los libros nos están salvando la vida porque dentro de estas cuatro paredes nos han permitido vivir otras vidas, viajar a otras épocas, habitar otras realidades, inyectarle calma a los pensamientos que se chocan contra las paredes de la cabeza. Los primeros días fueron de calma pero el peso de la pandemia aplastaba todo a su paso. Cada día uno de los dos sale a comprar comida donde Miss Thanya y a recargar agua en la máquina de 5 litros por 2 baths. Y al cuarto día vamos los dos a comprar frutas al mercado que queda a 15 minutos caminando. Saltamos con facilidad de la calma a la angustia, a la desesperación, a la incertidumbre y a la tristeza de estar tan lejos, de sentirnos tan solos aunque nos acompañemos el uno al otro. Y es allí cuando aparecen los libros para darle vida al tiempo muerto, convertirlo en otras vidas que enseñan, entretienen, inspiran, aconsejan y dotan de palabras a nuestros pensamientos.

Encerrados nos movimos de la Bogotá undeground y lúgubre del Akelarre de Mario Mendoza a la peste bubónica en la Orán de 1849 en la que Albert Camus nos enseñó que las peores epidemias no son biológicas sino morales. Unos amantes salidos de la mente de Héctor Abad Faciolince que se encierran en los suburbios de Medellín a esconderse de la peste de la violencia mientras se aman y ella le cuenta con detalles a él la diversidad de hombres que han pasado por su cama. Un coronel que espera durante 15 años que le llegue su pensión mientras cuida un gallo de pelea que lo va a sacar de pobre. El pueblo en la Patagonia argentina donde misteriosamente muchos muchachos se suicidan contado por Leila Guerriero o los animales que se rebelan ante sus amos en una granja de Inglaterra y pretenden construir una sociedad donde ellos manden sobre los humanos.

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La maestra Diana Uribe dijo en su podcast sobre literatura para la pandemia que el cuerpo es el que está confinado, el espíritu puede seguir viajando a través de las letras y el arte. Y los libros han venido a nuestro rescate. Nos damos el gusto de no hacer nada, ver series, escuchar música en el balcón, comernos un mango al atardecer naranja de las 6 y 18, hablar con la familia, buscar películas raras. Volver a transitar las vías del miedo y la angustia; salir a flote una vez más. Vivir el proceso natural de la adaptación.

No hay bolsillo que aguante una pandemia lejos de casa. Por más positivo que uno sea, no existen ahorros que estiren tanto ni tarjetas de crédito con cupos infinitos. La incertidumbre no es poca cuando hay que pensar en sobrevivir encerrado, bancos al asecho, gastar sin producir, lejos de casa y sin poder regresar. Pero hemos sobrevivido gracias a un libro: nuestro libro.

Va quedando claro que a los libros les debemos la vida. Desde que publicamos Renunciar y Viajar, el trabajo donde brilla el sol, nos hemos permitido avanzar sin pausa en nuestro sueño de vivir viajando y llenando la vida de historias que contar. El libro que publicamos de forma independiente  ha sido un detonante de historias maravillosas, entre las que recordamos la vez que una amiga nos mandó una foto con el libro desde Alaska, nuestro sueño frustrado en el primer gran viaje. La fila de 400 personas afuera del teatro más grande de Palmira, nuestra ciudad natal, el día del lanzamiento. El chico que ha viajado por toda Colombia a dedo y llevándolo bajo el brazo, según él, como una biblia personal. La Semana Santa en que nos fuimos a Ecuador a vender libros en la playa de Salinas, de carpa en carpa, o el hombre que se equivocó y nos pagó 53 millones de pesos por un solo libro. 18 mil dólares que le devolvimos intactos luego de hacerle caer en cuenta de su error. Fotos de ese libro viajando más que nosotros, retratado por sus respectivos lectores en lugares y escenarios del mundo que nos encantarían conocer. Compartir escenario en la Feria Internacional del Libro de Cali con Diana Uribe. Cientos de cartas agradeciendo la dosis de inspiración de carretera y salones llenos cuando hemos convocado reuniones con los lectores.

Siempre hemos dicho que con cada libro vendido avanzamos un kilómetro, sin importar en qué dirección vayamos. La paradoja del coronavirus alteró los términos de la relación: ahora con cada libro que vendemos podemos aguantar un día más sin movernos para lograr el objetivo primordial en esta etapa de nuestra vida: no contagiarnos de coronavirus.

Hoy las redes sociales nos recordaron que la humanidad conmemora, encerrada, el día mundial del Libro. Entonces aprovechamos para contarles la pandemia desde nuestro lado de la historia, y decirles que gracias a los libros y a sus historias hemos aguantado el encierro y la desazón al tiempo que surfeamos la ola de la crisis montados en la superficie del libro que publicamos.

Decía Borges que los libros son un objeto más entre otros hasta que ocurre el instante imprevisible en que llega el lector que le estaba destinado, esa persona que por una coincidencia misteriosa es capaz de reanimar, no importa en qué circunstancia, la vida que se encontraba latente entre las páginas del volumen.

Nuestra forma de celebrar el día del Mundial del Libro es agradeciéndole a cada lector que estaba destinado a cada uno de los libros que han llegado a más de 25 países en el mundo. Gracias por darle vida a nuestras historias, por viajar a través de nuestras letras y por ser uno más en el equipo que recorre América Latina en 316 páginas. Infinitas gracias a quienes han comprado nuestro libro en este momento tan difícil y se han aguantado el retraso en las entregas, gracias por el voto de confianza, por la generosidad y por la paciencia. Por permitirnos entrar a sus vidas y dejarnos sacar a pasear su espíritu mientras sus cuerpos están confinados. Porque gracias a ustedes estamos contando esta historia desde una habitación de hotel donde el atardecer se torna naranja a las 6:18 p.m.

  • Si aún no has comprado Renunciar y Viajar, el trabajo donde brilla el sol, puedes comprar el tuyo ya mismo AQUÍ. Por cada libro que encuentra un nuevo lector al cual inspirar, nosotros podemos comer y dormir bajo techo un día más aquí en Tailandia.
  • A causa de la contingencia, lo estamos enviando en PDF por correo a cambio de una donación mínima de 12 USD a través de Paypal [email protected] o una transferencia Bancolombia a la cuenta de ahorros # 06679099262 a nombre de Andrés Felipe Álvarez.
  • Si quieres practicar inglés o lo quieres regalar a un amigo que no hable español, también lo tenemos traducido al inglés por una donación mínima de 12 USD a través de Paypal [email protected] o una transferencia Bancolombia a la cuenta de ahorros # 06679099262 a nombre de Andrés Felipe Álvarez.

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